R.J.W.: un documental sobre Rodolfo Walsh
A pesar de que las fronteras entre ficción y documental siempre fueron lábiles, e incluso invisibles por momentos, no hubo nunca un solapamiento tal como en la que hay en la actualidad.
Quizás la “culpa” la tenga la novela llamada histórica. Desde que Maurice Druon (París 1918–2009) escribiese la saga Los reyes malditos, (para algunos es Dumas, el inventor de la novela histórica), la diferencia entre ambos géneros, mediados en principio por el ensayo, se fueron hibridando cada vez con más frecuencia, hasta que Julian Barnes escribe “Una historia del mundo en diez capítulos y medio”, donde no se puede discernir claramente el libro teórico, del ensayo y la novela de ficción. En cuanto a los rasgos se pueden diferenciar dos corrientes: una es la que el libro está novelando documentación académica, lo que en el ámbito audiovisual podría ser un docusoup. Operación que consiste en inventar principalmente diálogos para los personajes históricos; el otro crea situaciones ficcionales dentro de contextos históricos documentados.
La frontera entre ficción y documental se había roto y, adentrándose en el SXX, esta frontera se tornó cada vez más el problema y dado que desde el ambiente académico (no he de cuestionar los motivos) se ha creado y agregado la categoría (siempre las dichosas categorías) y reemplazando el prefijo neo (neofiguración, neoliberalismo) por el prefijo Post (post moderno, post memoria, post verdad) un prefijo que permite “refritar”, resucitar, y reveer toda una serie de conceptos pero ahora bajo la denominación post. Esto funciona hacia atrás y hacia delante, Olvidando en el camino por una suerte de superabundancia cosas tales como que Einsestein dice que todo arte debe buscar decir la Verdad, o Derrida se pregunta por la Verdad en el arte, entonces decir que el documental tiene siempre o debe tener como horizonte la verdad como programa, queda corto, ya que la pregunta que corresponde ahora hacer es ¿qué es la verdad?
Uno podría contestar, diciendo que lo verdadero es aquello que se aproxima más o da una descripción más acertada de su objeto de análisis, tal que objeto fáctico. Los positivistas, cosa que todavía es imperativo en el reino del solo hecho de hacerle preguntas correctas a la “cosa” necesariamente la “cosa” debía devolver una respuesta correcta, este supuesto adolece de olvidar o despreciar lo que se suele llamar sesgo observacional o sesgo de observación que en el campo audiovisual se puede entender como punto de vista. El positivismo creyó que se podía evitar tal sesgo con el método, al no poder hacerlo, diseñó ad hoc un estadístico que permitía evaluar un cierto grado de error o una cantidad de fallas era asumido como posible dentro del ensayo, o sea hay que mantener en lo posible el Statu Quo.
La historia del documental, tiene mucha similitud a la historia de la relación que existe entre las ciencias llamadas exactas y las humanísticas, del que los alumnos de matemáticas se mofan ilustrando a los estudiantes de humanidades como si fuese el personaje de René Goscinny: Asuranceturix el bardo.
En definitiva el documental sufrió los mismos avatares que en la ciencia sufrieron la relación entre verdad y realidad, podríamos decir que el documental en un principio tenía su horizonte en la realidad, de la cual y a través de las imágenes le hacía decir la verdad.
Eduardo A. Russo dice:
“Habra que admitir que la situación presente del documental y sus cada vez mas complejos estados intermedios (dramatización, docudrama, reality show, etc) así como la relación entre éste y los géneros de ficción, se encuentran ante un paisaje de insólita complejidad, que reinstala la cuestión ética en el centro de la discusión.”[1]
Discusión en la cual entran por supuesto, todos los problemas de metalenguaje, categorías, subjetividad, y todo lo que se supone que significa post verdad y post memoria.
El film de Fermín Rivera, como título nos presenta un acrónimo, del nombre de Walsh, dice que nadie, o poca gente sabe sobre la existencia de la J. El director nos va a mostrar en qué consiste “aquello” faltante.
El nombre más famoso escrito como acrónimo quizás es el de JFK y luego con un pícaro juego de sentidos el periodista Verbitsky lo usó para referirse a Cristina Fernández de Kirchner (CFK), la ex presidenta y actual vicepresidenta de la Argentina, pero si Verbitsky lo hacía de cara a la historia, no parece suceder lo mismo en el documental de Fermín Rivera. La sigla más bien remite a un recurso a la moda, a riesgo de que pierda sentido incluso el nombre Walsh.
EL film de Rivera Huellas y memoria de Jorge Prelorán, entre nos, quizas el mas grande documentalista argentino y uno de los mejores del mundo, parecía una suerte de intento por parte del autor, de ser una obra programática, que pretendía establecer objetivos que el espectador supone que une las miradas de los autores.
No por usar tecnología moderna se es moderno.
Trotzky en un escrito sobre literatura rusa, decía palabra más palabra menos que los futuristas se equivocaban al hablar de revolución, que por declamarla no se hacía una, y ésta iba a traer poesías desconocidas sobre temas desconocidos, mientras tanto todo era viejo; Marcuse en El hombre unidimensional llega a ideas similares.
O sea, para que algo sea nuevo no alcanza usar tecnología de representación nueva, o incrustar elementos claramente post producidos digitalmente. Si Prelorán hacia (una) etnografía con su cine, trabajando la dialéctica de lo universal en lo particular y lo particular en lo universal, el texto de Rivera se aboca a un objeto más cercano al docusoap que al free cinema.
Por hablar de una persona no necesariamente hablamos de la persona.
Desde hace tiempo, el revisionismo tiene por objetivo presentar una historia alternativa a la oficial, la abominaron tanto los conservadores, tradicionalistas, como la izquierda dogmática. Aunque ya existía gente como Benjamin o Warburg, Didi Huberman llegó después. Habían puesto en entredicho la historia como cosa contada, lineal, acabada. De un modo más elegante fueron los términos que usó Foucault: “Arqueología del poder”, la propuesta, de incuestionable valor teórico, pero principalmente de valor moral, abrió la puerta a llevar a un público masivo términos tales como el de la invisibilización, y como tal, darle palabras a cuestiones no tratadas como, lo sucedido con los afrodescendientes en la Argentina y permitir, entre otras cosas, desde otro punto de vista cuadros icónicos de la argentina conservadora como “La vuelta del malón” (Ángel Della Valle, 1892, 186,5 x 292 cm, óleo sobre tela) ;
Sin embargo el resultado no siempre fue del todo optimista, un programa de banalización de los problemas de la historia y sus representaciones se hizo lugar en el panorama cultural, cosa que en definitiva es funcional para mantener un historia all uso oficial, ya que si sirvió para sacar los trapos sucios al sol –miseria de la historia-, también funciona en un ambiente de complejo para asentar una historia a las necesidades del poder de turno, cosa que es más bien antigua pero que hoy se vuelve un horizonte problemático.
El cine y la literatura tienen un aporte incuestionable en la construcción y percepción de la realidad, productos como La vida es bella (La vita è bella, Roberto Benigni, Italia, 1997) o La caida (Der Untergang, Oliver Hirschbiegel, Al, 2004) que fueron aplaudidas, una por mostrar que en definitiva los campos de concentración si eran llevados con humor, no eran tan malos y la otra por mostrar a un Führer supuestamente humanizado (como si no lo fuese) están inscriptos en esta historia también. La historia es en definitiva una narrativa cargada de subjetividad.
Si estos productos tenían por objetivo mostrar que las revoluciones y sus personajes no era tan buena ni tan buenos, más luego que algunos personajes eran también personas, usando de manera vil algunos conceptos fundamentales de una historia filosófica que quería despojarse de toda platonismo, ahora parece que la “nueva ola” consiste en afirmar que las personas de izquierda también fueron de derecha o sea que todo es más o menos lo mismo.
El film de agradable visionado, comete algunos pecados mayúsculos, como por ejemplo el de reducir el problema de derecha e izquierda a una cuestión de subjetividad, y otra vez deslizar aunque no lo afirme pero lo reafirma, que en definitiva el peronismo es la fuente de todos los males en la Argentina, al tiempo que ciertas desprolijidades, como cuando hace hablar a un hombre, supuestamente democrático, vestido con una remera celeste patrio con el iso de Tommy Hilfiger, flameando en su pecho, empresa abanderada de la homofobia de la exclusión, ni qué decir del trabajo esclavo, una marca que provee indumentaria estilo yachting, para las clases pudientes o los que aspiran a serlo o parecerse, al tiempo que su discurso se invalida o por lo menos se enrarece, deja caer un manto de sospecha sobre la puesta en escena y sobre el documental mismo.
Un ardid tramposo, que ya se había hecho en el film de campaña, La República Perdida, (Miguel Pérez, 1983, Argentina) es omitir ciertos elementos clave de la política argentina, y convierte a Walsh con eso en un nacionalista antiperonista furioso en un (no sabemos qué) desaparecido por la Dictadura.
Engrandeciendo lo obvio, el valor literario de su trabajo, sin hacer mayor referencia, más que a las muertes y a problemas de producción del primer tiraje de la “Masacre”, la reiterada imagen de Walsh apuntando a la cámara, se queda en la retina, más allá de todo discurso, el que no tiene connotaciones ni experimentales ní teóricas en el film, simplemente de un regusto a violencia simplista. Menciona a vuelo de pájaro la violencia de la llamada “Libertadora”, no menciona a los partidos cómplices y deja todo en manos de una clase media enojada. No revisa, ni al vuelo, las condiciones objetivas y subjetivas del peronismo, sólo muestra que hacía regalos, que era un manipulador y se puso en contra a la clase media, olvidando que fue el mismísimo Perón el que creó el amplio colchón de la clase media. Olvida decir tambien algo que hoy observamos y sabemos, sin necesidad de ser marxistas, y es que el principio de propiedad rige las decisiones que la clase media toma. Muestra, pero minimiza, el bombardeo de la Plaza de Mayo con aviones portando la cruz, y en eso consiste la trampa y saca la obra del documental, minimizar algunas cosas y maximizar otras, no es un gesto menor, es lo que hace a la ideología, la de sus mínimos y máximos finalmente la vuelve falaz, o empieza a oler mal o deja hilos para la sospecha fundada.
Sin serlo, el documental parece hoy hecho a la medida de los libertarios. Lo que los intelectuales alemanes decían en el 32 sobre los SA, y sobre Hitler, en definitiva: ser de derecha no es tan grave; miren: Rodolfo Walsh lo fué y sin embargo peleó por el pueblo.
Si el director es consciente o no de ésto, no lo sé, no quise preguntárselo, me fui caminando a casa bajo un sol que ya empieza a oler a otoño, si le hubiese dicho esto último, tengo la seguridad de que lo hubiese negado, que no entendí nada, sin embargo con mi pequeño entender siento que R.J.W., como documental, es una puesta al día, y, así, un mito que hoy es funcional a los dias que corren.
[1] Eduardo A. Russo, Diccionario de Cine, PAIDÓS, 1998, Argentina