R.J.W.

Crítica de Milagros Amondaray - La Nación

¿Cómo se abarca en un documental de poco más de una hora la apasionante vida y obra de ese pionero de la literatura de no-ficción que fue Rodolfo Walsh? Para el realizador Fermín Rivera, la respuesta parece haber estado más que clara: intentando no sucumbir a una estructura episódica y optar por un abordaje que pudiera hermanarse con su objeto de estudio.

De esta forma, R.J.W. carece de una mirada pretenciosa y se va construyendo, desde esas primeras imágenes de Choele-Choel (lugar de nacimiento del autor), como una obra lírica, nostálgica, en la que la identidad de Walsh es repensada a través de su nombre completo y de su historia que, como él mismo había expresado, era también la historia de su país.

Por lo tanto, Rivera le dedica un largo y extraordinario tramo de su documental al Walsh niño, al Walsh observador, a ese joven que fue marcado a fuego por su estadía en un colegio pupilo donde se produce una identificación clara con su ascendencia irlandesa y también un rechazo a las normas de ese escenario al que luego describiría en el relato “Un oscuro día de justicia”. En cierto modo, R.J.W. es la historia de origen de ese hombre que por no poder hablar comenzó a escribir, y a plasmar así sus vivencias con una perspectiva general, con una concepción de la palabra que invitaba a desentrañar lo no dicho, las sutilezas, los silencios.

El testimonio de Patricia Walsh, hija de ese hombre que también fue poeta, traductor y criptógrafo, resulta sumamente valioso para un documental que gesta un espacio de intimidad para buscar responder, ni más ni menos, cómo es que el pasado va configurando sigilosamente un estilo literario.