Los cuerpos y la ausencia
Espectrales, deambulan en la pantalla los ragazzi de Raúl Perrone, esos pibes que la cámara lúcida del director de Ituzaingó siempre acompañó en ese tránsito llamado adolescencia, pequeño y gran mundo, complejo, a veces inhabitado, que supo encontrar en P3nd3j05, su cumbia operística, un lugar diferente pero bajo el estilo ya esbozado en Fávula, donde los cuerpos y los rostros se desfiguran en la imagen que superpone el plano para crear una dimensión cinematográfica propia; en la que el cine se encuentre con el cine.
Ragazzi también conjuga desde su propuesta conceptual la P mayúscula de Perrone en su encuentro con la P mayúscula de Pasolini, otro espectro, cuya ausencia se recupera a partir de algunos de sus textos y poesías. Pero hay otra P que puede leerse también en mayúscula para que estos Pibes no actúen de pibes, sino que fluyan con su paso cansino, sus paseos en skate, su juventud a flor de piel a expensas de la libertad que encuentran en su itinerario errático y vital como ese diafragma que respira en Ragazzi cada vez que el ojo de pez del encuadre se agranda y se achica como si estuviese latiendo en proceso de gestación del cine anti autor que ahora propone el director de Labios de churrasco.
Una obra en dos movimientos, que también emplea el recurso de la banda sonora como vehículo de expresión, colchón melódico que pasa por algunos acordes de Led Zeppelin hasta encontrarse con la cumbia, y además la invención de un lenguaje que hace de esa sonoridad circular otra característica en el cine de Raúl Perrone.
Los cuerpos de Ragazzi también son atravesados por la ausencia, desde el desnudo femenino a ese rostro impávido con anteojos negros, que sonríe mientras contempla -como un demiurgo- el devenir de la vida y la ausencia, que se ahoga en el río del olvido con el anhelo de que el tiempo retroceda y la muerte sea un espejismo, como el de esos Ragazzi de Ituzaingó hasta Córdoba que atraviesan la pantalla, para quedarse cuando se apagan las luces.