Jóvenes editados
Con Ragazzi (2014) el director Raúl Perrone (Favula, P3ND3JO5) vuelve a construir un relato que toma la juventud como punto de partida para hablar de aquello que más le gusta hablar: el amor. En esta oportunidad se adentra, por un lado en las alucinaciones de un joven cegado por el sentimiento y, por el otro, en la libertad de un grupo de adolescentes, que disfrutando de un río “marginalmente” pasan las calurosas tardes de verano entre porros y cumbia.
Para Perrone los jóvenes son la materia prima para una película que además abusa de excesos y herramientas en post-producción para darle aún más sentido a aquello que quiere narrar. No por nada el realizador ha sido uno de los directores que mejor ha trabajado el fresco de la sociedad del conurbano bonaerense y principalmente los códigos que manejan los jóvenes del lugar.
Ragazzi es casi un aguafuerte en blanco y negro que bucea en lo más común de sus protagonistas, para contar dos historias ancladas en el amor, pero que en realidad intenta superar esta veta para ir más allá y hablar de un estado crítico de los protagonistas. Ragazzi como lo indica su nombre, bucea en la juventud para encontrar algunas respuestas o algún indicio que haga conocer aquello que mueve a los adolescentes y los hace disfrutar.
El film está dividido en dos movimientos: uno que trabaja sobre la idea de un trío amoroso negado, y otro que ahonda en la rutina de verano de dos jóvenes que terminan conociendo a una misteriosa chica que los seduce. Pocos diálogos, frases reproducidas en reversa, subtítulos que trasponen diálogos filosóficos e imaginan algo que podría ser común entre jóvenes pero en el artificio sólo reafirman la innegable y poderosa afirmación escondida detrás de cada palabra dicha. La policía actúa como orden estamental para negarle, una vez más, al joven del primer movimiento la posibilidad de concretar su fantasía -que parece más un capricho que el deseo irrefrenable de un amor naciente-, para cerrar una historia que encuentra su razón de ser en la evocación a Pasolini.
El segundo movimiento es más realista, al jugar con los cuerpos desnudos y mojados de un grupo de adolescentes que nada tienen que hacer más que retozar al sol, fumar porro, pensar en chicas y dejar que el día termine para comenzar otro. Dos de ellos caminan y charlan, hablan con la televisión ante la muerte en el río de un tercero, y esperan bajo un puente la llegada de una misteriosa mujer.
Ragazzi recuerda a un novel director jugando con las herramientas que recién le han dado, y es en la experimentación de las imágenes -utiliza la pantalla como un lienzo con miles de posibilidades-, que Raúl Perrone termina por construir, una vez más, un discurso empático sobre la necesidad de completarse en el otro.