El documental de Diego Marcone pone en escena una mirada atípica sobre Montecarlo, un pueblito de Misiones cuyos habitantes subsisten en torno a la cosecha de yerba. Raídos no celebra a sus entrevistados, pero tampoco comenta visiblemente la precariedad de su realidad; observa y se inmiscuye en su día a día, pero también adopta un lugar de escucha que revela la presencia de la cámara (este gesto puede leerse como un acto de renuncia a la neutralidad); se interesa sobre todo por lo comunitario, pero sabe cómo aislar personajes y recortar singularidades, cómo trazar perfiles. La propuesta de Raídos parece tomar distancia de los enfoques documentales más frecuentes, y los frutos de esa decisión se perciben en la familiaridad con la que película puede entrar en Montecarlo y sus casas pobres, o asistir a los momentos de la cosecha como si se tratara de un trabajador más. La película accede así a registrar a seres excepcionales, únicos, que están lejos de los estereotipos más reconocibles con los que el cine (pero no solo el cine) imaginó la figura del trabajador rural.