Hasta los villanos se cansan de tener que ser todo el tiempo los malos de la película y dentro del grupo terapéutico de ayuda a los malhechores de los videojuegos Ralph del arcade Fix-It Felix arroja una sentencia devastadora: dejará de ser el demoledor de su juego. En medio de un escape fallido dentro del Counter Strike, Ralph termina en las edulcoradas tierras de Sugar Rush en donde conoce a la pequeña Vanellope von Schweetz, un “error” de programación que la excluye de poder participar de las carreras automovilísticas que son la razón de ser del entretenimiento. Con una convicción y tozudez únicas, la niña convence a Ralph de que la ayude a ingresar a la próxima competencia, pero unos visitantes intergalácticos de otro videojuego amenazan con destruir el tierno mundo de las niñas piloto.
La nostalgia parece estar flotando en el aire hollywoodense en los últimos tiempos: revisitar historias conocidas, traer de regreso a personajes inolvidables o poner en el centro de la escena aquellos juegos que nos remontan a nuestra infancia rinde sus frutos en la taquilla internacional. ¡Cuánto hace que no entro a un local de videojuegos y que identificado me sentí con los chicos que se pasean por el de esta película!
A su vez, que todos estos personajes electrónicos estén unidos mediante una red similar a la de subterráneos y que cada “fichín” este conectado con otro, que sus personajes interactúen y que los mismos queden como homeless al momento de ser desconectados es de una originalidad y actualidad únicas.
Ralph es el gigantón de corazón noble que no presenta tantas sorpresas con respecto a personajes anteriores, pero Vanellope es una fuerza arrolladora que logra quedarse con la atención de los espectadores (niños y adultos) en cada una de las escenas que comparten. Es una historia de emoción, nostalgia y amistad que demuestra todo lo que Disney aprendió de animación digital a lo largo de los años en sociedad con Pixar.