Rambo: Last Blood

Crítica de Henry Drae - Fancinema

SE NECESITAN DADORES DE ÚLTIMA SANGRE

En los últimos años, Stallone se ha dedicado a tener una suerte de gira despedida de sus personajes más queridos (y no tanto) en producciones de mediano presupuesto y algunas que rozan la Clase B como algunos policiales lamentables recientes. Lo logró con ambas entregas de Creed en las que fue capaz de entregar un cetro, al mismo tiempo que convertía a su personaje, Rocky Balboa, en un legítimo donante de experiencia e inspiración.

Y con Rambo venía teniendo consistencia hasta la cuarta entrega, que no dejó de reunir los elementos típicos de la saga, aunque retornaba con el mensaje anti-belicista de la primera. Pero lo que sucede en Last blood es el peor final.

En principio, la película se plantea como un drama detectivesco con una salida sangrienta. Y quizás el “detectivesco” le quede demasiado grande si nos ceñimos a la sagacidad del investigador en cuestión, un John Rambo que no sólo se ha aburguesado y formado una pseudo familia con hija/sobrina adoptiva y todo, sino que no es capaz de sostener un sentido de alerta mínimo como para no reconocer cuando puede ser emboscado y asesinado por una pandilla de no menos cincuenta oponentes. Lejos está de ese soldado invisible capaz de perderse entre los matorrales y matar con el borde de una hoja; evidentemente, la vejez no viene sola.

Todo comienza cuando su protegida, una adolescente que no parece ni demasiado rebelde ni demasiado difícil de manejar, tiene la inquietud de ir a ver a su padre tras de la frontera mexicana, a pesar de que él mismo ha negado querer tener trato con ella. El bueno de John, que está más verborrágico que nunca, le aconseja que no lo haga, pero luego, en lugar de permanecer alerta y evitarlo, se verá obligado a ir a buscarla temiendo lo peor.

El conflicto central pasa por un caso de trata de personas, que no está lo suficientemente desarrollado y ni siquiera luce a sus villanos como para disfrutar de esa tensión necesaria. De hecho cuenta en el elenco con el mítico “Luisito Rey” (Oscar Jaenada), el actor que interpretó al padre del cantante Luis Miguel en su serie y que sedujo a todos con su intrínseca maldad, y fue absolutamente desaprovechado. Lo mismo sucede con Paz Vega, la actriz española que merecía un poco más que los dos casi “cameos” que tiene para lo poco que hace y aporta en ese lugar en el que habitualmente recae un coprotagónico.

Pero no sólo allí está el problema, cuentan las malas lenguas que el guión fue reescrito varias veces y el corte final reeditado por pedido del mismo Stallone, que no estaba para nada convencido por el resultado. Y honestamente no queda claro qué lo convenció al final, porque se nota que la película no es más que un pasticho de escenas pegadas en las que nada se construye como debiera. Hasta en Búsqueda implacable el tema de la trata está mucho mejor desarrollado. Quizás si se hiciera un video deep fake colocando la cara de Stallone en la de Liam Neeson todo cobraría mayor sentido. O yéndonos al entorno mexicano fronterizo, hasta Sangre de mi sangre con Mel Gibson tiene mucho más de eso que se necesitaba para resucitar a este ícono de los 80/90.

No obstante, hay que reconocer que si bien tarda en arrancar, y todo se aglutina mayormente en la tercera parte del film, que apenas dura 90 minutos, las escenas de mayor violencia nos dan todo lo que esperamos de una película con Rambo de protagonista. Sangrienta, despiadada, con armado de trampas caseras y decenas de víctimas que simplemente merecían caer bajo el fuego o el filo de nuestro recordado soldado favorito.

Probablemente a varios les alcance esta suerte de final de Mi pobre angelito versión psicópata asesino vengador, pero eso no deja de pasar por una gran subestimación a quienes venían esperando una última sangre bien espesa y se encontraron con este milkshake de frambuesa.