Personaje icónico-arquetípico del cine de acción más bruto y duro, psicópata americano por obra y gracia de la guerra de Vietnam, documento internacional de identidad de Sylvester Stallone.
Sí, Rambo, John Rambo, el loquito que quedó traumado para beneficio del público degustador de las piñas y las explosiones vuelve a darle rienda suelta a su instinto asesino en la quinta y última entrega de una de las sagas más populares del cine de Hollywood. Y lo hace de la manera más rabiosamente sanguinolenta, para dejar bien claro que sigue siendo el boina verde más compadrito de la cuadra, al que le encanta impartir justicia con sus propias manos.
Rambo: Last Blood es la despedida, la última gota de sangre derramada por el héroe eterno de la acción. La historia fluye sin obstáculos, apoyada en un guion que cuenta con una solidez como nunca se vio en las cuatro entregas anteriores.
Rambo vive aislado, refugiado en su casa en Arizona, controlando los fantasmas de su vida, dilapidando el tiempo en túneles laberíntico-secretos, en la fabricación de cuchillos, en su caballo, en conversar con su ama de llaves y en seguir educando a su sobrina adolescente, a quien quiere como a una hija. Hasta que llegan los problemas, claro.
Una de las particularidades de la película dirigida por Adrian Grunberg (Vacaciones explosivas) es que se toma su tiempo para introducirnos en la acción sin que esto signifique mermar el entretenimiento. La primera parte se dedica a mostrar la vida apacible que lleva el veterano de guerra y a presentar a los personajes principales, tanto a los buenos como a los malos.
El argumento es sencillo y sorprendentemente verosímil: su sobrina Gabrielle (Yvette Monreal) recibe el llamado de una amiga de México que le dice que encontró a su padre. Es una cuenta pendiente de la joven, que quiere saber por qué su progenitor la abandonó. Pero apenas cruza la frontera, la muchacha es atrapada por una red de trata liderada por los hermanos Martínez, magníficamente interpretados por Sergio Peris-Mencheta y Óscar Jaenada.
Ni bien se entera de la desaparición de su sobrina, Rambo toma cartas en el asunto. Lo cual significa que va a matar a uno por uno los secuestradores. Ver pelear a Rambo/Stallone sigue siendo un placer, sobre todo para los amantes de la acción grotesca. El actor de 73 años encarna a su mítico personaje con mucha dignidad y con la actitud del que ya no le importa nada porque lo dio todo.
El director Grunberg no ahorra hemoglobina. Rambo corta cabezas y clava cuchillos como si nada, es un carnicero enceguecido en su objetivo. Brutal y efectiva, Rambo: Last Blood es un adiós a la altura del personaje, una película de acción narco-fronteriza con trata de blancas incluida que sabe aprovechar los escasos elementos que la caracterizan: la incorrección política y las peleas cuerpo a cuerpo, que siempre devienen en festín gore.
El filme es una despedida-homenaje que hará llorar de emoción (y nostalgia) a todos aquellos que se criaron viendo las tres primeras partes y a los que, en la infancia, se la pasaron jugando con los muñequitos de la saga. Stallone es un hombre valiente, que le regala a la historia del cine su última pieza maestra, su última batalla contra todos. Gracias, maestro.