Stallone y un Rambo inagotable
“Rambo: Last Blood” es el regreso del soldado perfecto, declarando una última y justificada guerra personal. Lo políticamente incorrecto del personaje se aborda con autoparodia y humor negrísimo.
Cuando pasaron los años de Reagan pudimos apreciar lo buenas que eran las películas de Rambo, desde la original de Ted Kotcheff -aún un original modélico- hasta la loca tercera, con talibanes buenos contra rusos malos.
Después, en 2008, Stallone dirigió una sangrienta locura que no está nada mal, y ahora esta, que es el final de la serie y muestra al tipo avejentado, nunca capaz de reposo, con una historia que recuerda un poco a las últimas películas de Liam Neeson (que es un Rambo que nació viejo, digamos).
La trama de venganza e incorrección política (porque hoy todo Rambo es políticamente incorrecto) es menos que ese cuerpo trabajado y anciano, que recuerda a un roble añejo, declarando una última y justificada guerra personal.
Sí, es cierto, por momentos la autoparodia se hace cargo con humor negrísimo. Sí, también es cierto, algunos litros de sangre están de más. Pero nada de esto empaña a ese monumento que camina, a ese Stallone al que nunca le dieron el Oscar como actor que merecía (porque es puro cine) pero aún se mueve y disfruta de estar ante la cámara tensando un arco o tirando con una ametralladora. Lo demás posee la sabiduría de combinar un paisaje limpio y bello con un laberinto de trampas truculentas, y funciona.
El cine como forma física, perfecta y conscientemente bidimensional: eso es Stallone y eso es Rambo.