A sus 73, Sylvester Stallone desempolva para el regreso a su personaje icónico, el veterano John Rambo. El hombre que pasa sus días de manera plácida, en un rancho donde dedica las horas al cuidado de sus caballos. Allí convive, y por supuesto cuida celosamente, con una sobrina. Que un día descubre que su padre vive en México y decide -contra la voluntad de Rambo- ir a buscarlo. Cuando no regresa, secuestrada por una siniestra red de trata, el exsoldado sanguinario no lo pensará dos veces antes de salir a buscarla.
Lo que sigue, desde que cruza la frontera, es sucio, feo y malo. El México del que mejor separarse con un muro, según la imaginería de los votantes de Trump. Un lugar dominado por la ausencia de ley, con unos villanos malísimos (actores españoles diciendo órale) que parecen estar esperando el cuchillo afilado de John mientras torturan mujeres. El mismo infierno de Get the gringo, también dirigida por Adrian Grunberg, en la que otro americano blanco, Mel Gibson, atravesaba México a bala y fuego.
Por suerte, para ellas y los espectadores, la sangre no tardará en llegar, y será generosa. A la altura de un desenlace por cierto duro, melancólico y hasta conmovedor. Que es también la despedida, según se anuncia, del héroe de acción que supo representar, hace casi cuarenta años, la idea de una América feroz y dueña del mundo. En ese lugar, el de (auto) homenaje a semejante ícono, que mantiene intacta su sed de venganza a pesar de las arrugas, es donde la película funciona mejor, sobre todo para los fans de Sly.