La fiesta de todos (los sentidos)
Extraordinario fotógrafo y artista plástico, Marcos López debuta en la dirección con una película disfrutable de principio a fin, y bastante más compleja y arriesgada de lo que en apariencia es (un retrato del ya casi nonagenario y eximio cantautor, poeta y pintor misionero Ramón Ayala).
Viniendo de López -dueño de una capacidad de observación, de una creatividad, de una estética y de una sensibilidad únicas-, se sabía que las imágenes iban a ser bellas (Marcos puede ir del pop a lo político, de lo sórdido a la alta cultura sin mayores esfuerzos), que cada detalle adquiriría una dimensión inusitada. Pero, ¿le alcanzaría ese background para hacer una buena película? El cine, se sabe, no es “sólo” una sumatoria de lindos planos sino algo bastante más complejo, más vasto. Y, en este sentido, López sale más que airoso del desafío.
En Ramón Ayala conviven la biopic, la reivindicación desde los más diversos ámbitos y, claro, el tributo en vida. Se mixtura el documental clásico (testimonios a cámara de artistas como Juan Falú, el Tata Cedrón, Liliana Herrero o los Tonolec) con unas cuantas incursiones en la ficción (hay actores que interpretan a personajes que parecen de “la vida real”) y hasta se incluye un fragmento -bien utilizado- de Las aguas bajan turbias, de Hugo del Carril, para conectarlo con el tema El mensú.
López consigue momentos de enorme fluidez y naturalidad, mientras que en otros apela a (y expone) el artificio. Esta multiplicidad de capas, de elementos, de recursos no siempre funciona con la misma eficacia, pero los pasajes en que la estructura se resiente y se percibe un poco forzada son breves y no demasiado esenciales.
Y, para compensar cualquier desnivel o desajuste, allí está el carisma descomunal de Don Ramón, capaz de recitar, cantar a capella o acompañado por su guitarrón para que la película sea una verdadera fiesta para (todos) los sentidos.