Viveza criolla
¿Quién es Ramón Ayala? Esa parecería ser la pregunta que dispara el documental de Marcos López. Apenas hacen falta unos segundos de película y unas breves y poéticas palabras de Ramón para que el público se encariñe y sorprenda con este músico del folklore nacional de origen misionero, poseedor de un gran carisma, pero sobre todo de talento artístico.
Además de querer mostrar las amplias facetas de este personaje, y de mostrarlo sabiendo hacer lo que mejor sabe, el director arma un popurrí de testimonios de lo más variado. Cada uno desde un lugar de puro aprecio y admiración aporta su grano de arena para que en este documental se luzca y se conozca al protagonista. Liliana Herrero, Juan Falú, el Tata Cedrón son algunos de los músicos que se presentan hablando e interpretando fragmentos de los temas de este compositor. Pero también aparecen verdaderos fanáticos de Ayala: un vendedor de discos callejero, un publicista porteño, y hasta su propia esposa.
A pesar de su corta duración (apenas 66 minutos) la película logra que el espectador se conecte inmediatamente con su propuesta de descubrir y conocer a un músico de gran importancia para el folklore argentino como bien lo dicen sus colegas. Desde festivales pequeños donde vemos participar a Ayala hasta presentaciones en Cosquín, la gente le transmite su cariño, respeto y gratitud. Y él se los agradece con canciones que ya le pertenecen al imaginario popular.
La virtud del film también reside en algunas imágenes que no son testimonios, sino paisajes, lugares, pueblos, gente. Marcos López parecería querer filtrar en este film algunas sensaciones más. Por ejemplo, un fragmento de Las aguas bajan turbias (1952) de Hugo del Carril aparece en el momento perfecto para representar una canción de Ayala (en este caso, el tema “El mensú”, como también se lo conoce a él). Y de a poco, entre palabras e imágenes, sabemos que este hombre supo captar la mitología misionera como nadie nunca pudo, haciendo justicia a los trabajadores (o los “mensú”), pero también a sus paisajes, sus olores, sus sonidos.
Una vez terminado el film, todavía se sienten deseos de seguir conociendo a este peculiar artista, con su aire y su vestimenta gauchesca. Porque siempre se lo ve contento, orgulloso, ávido por contar y cantar. Esta seducción de Ramón se transmite a través de un film más que elocuente, donde el espíritu de la música popular argentina despierta emoción y orgullo.