Entre la Roca y los monstruos
A esta altura del mainstream, cuestionar la legimitidad de las transposiciones de videojuegos al cine se percibe de lo más superfluo, una discusión innecesaria sobre una batalla perdida. Y por más que el juego a adaptar sugiera poco atractivo en la pantalla grande desde el vamos, en los últimos años nos hemos curado de espanto gracias a producciones como Emoji: La Película (2017) y Pixeles (2015) entre otras igual de desastrozas que obtuvieron su lugar en el reino del séptimo arte. Dicho esto, a nadie puede sorprender que un producto como Rampage: Devastación (Rampage, 2018) llegue a las salas.
Livianamente basada en un videjuego de culto lanzado originalmente en 1986, la película hace de Dwayne Johnson -aquel conocido amistosamente como “The Rock”- la piedra fundamental de un relato que no escatima en destrucción, monstruos, tiros y explosiones, en el cual carece de sentido cuestionar la plausibilidad de aquello que tiene lugar escena tras escena. Entretenimiento descartable y en tamaño XXL.
En resumidas líneas, una estación espacial con material genético experimental explota, y como consecuencia parte de ese material cae en la tierra cual meteorito radioactivo, infectando a un lobo, un cocodrilo y un gorila albino, este último bajo el cuidado del Zoólogo/Defensor de animales/Biólogo/Héroe musculoso llamado Davis Okoye, interpretado por el carismático Johnson. Tras ser infectados, los tres animales comienzan a crecer a un ritmo vertiginoso y su comportamiento los convierte -en sentido literal y figurado- en una amenaza monstruosa para la ciudad. Por ende Okoye se sacó todos los números para detener a las bestias antes de que sea demasiado tarde y descubrir quiénes son los verdaderos responsables de este desastre... si, adivinaron: una empresa inescrupulosa.
Brad Peyton hace un trabajo correcto dirigiendo este opus aventurero, y eso es mucho decir de un tipo que cuenta en su currículum con films de calibre de Como Perros y Gatos 2: La venganza de Kitty Galore (2010), detalle para nada menor. El cuarteto de guionistas parece saber de antemano que poco interesa al tipo de audiencia que más celebra este tipo de producciones contar con una historia municiosa y anclada en la realidad, que no deje agujeros en la trama: Es así como las cuestiones dentro del relato tienen una explicación mínima que trata de interferir lo menos posible con las secuencias de acción y aventura.
La tensión en aumento del relato entretiene, pero no logra cumplir la promesa implícita de un tercer acto que justifique tanta destrucción y bestias gigantes, en gran parte por culpa de unos villanos pobremente construidos. El exceso por el exceso mismo tiene su costado divertido, pero no logra dejar una marca tangible, cuestión que se manifiesta a través de uno de los personajes, quien ante una situación por demás absurda sólo atina a decir: “Esto es demasiado”. ¿Sincericidio guionístico?
Apoyada en el carisma de su actor principal, quien parece saber siempre cuál es el porcentaje correcto de humor, acción y sensibilidad que deben tener sus personajes para lograr buen feeling con la audicencia, y una trama que sabe mejor que nadie lo absurda de su propuesta pero la lleva a cabo de todos modos, Rampage: Devastación es el tipo de placer culposo que entretiene sin pedir mucho a cambio, donde lo más grande puede no ser siempre lo mejor, pero sirve para pasar 107 minutos sentado en la butaca.