Rampage, juego lanzado al mercado por Midway en 1986, era una propuesta que a priori parecía difícil de adaptar al cine. Visualmente, la premisa de los tres animales gigantes (el gorila George, el lobo Ralph y el lagarto Lizzie) destruyendo ciudades era prometedora, pero el problema era el guion. El jugador podía elegir a cualquiera de estos monstruos y su objetivo era sobrevivir a ataques militares a la vez que destruían ciudades. Cuando la ciudad estaba destruida, pasabas de nivel. ¿Cómo respetar la esencia de destrucción casi anárquica que planteaba el juego y lograr una película con una trama que se sostuviera? ¿Cómo no convertir a los amigos de aventuras de una generación completa de gamers en malvados enemigos de la humanidad? Puede haber muchas opciones, pero la de Brad Peyton (director de San Andreas, entre otras) está llena de aciertos.
La empresa liderada por Claire Wyden (Malin Akerman) y su hermano Brett Wyden (Jake Lacy) tiene un laboratorio en una estación espacial donde realiza experimentos genéticos dignos de Mengele. Claro que el experimento en curso se sale de control y, a pesar de los recaudos tomados (los hacen en el espacio porque son conscientes de los riesgos), parte de la “sustancia” que hace crecer desmesuradamente y otorga otras fortalezas a los animales que entran en contacto con ella cae en nuestro planeta. Específicamente, en el santuario de George, el gorila albino favorito de Davis Oyoke (Dwayne “The Rock” Johnson), un primatólogo abocado a la preservación. George no es el único alcanzado por la sustancia: el lobo Ralph también se ve afectado, adquiriendo rápidamente nueve metros de largo. El desastre atrae de inmediato a los medios, al gobierno, y obliga a los hermanos Wyden a desarrollar una estrategia para atraer a los animales a la ciudad porque los únicos restos del trabajo de investigación realizado en la nave espacial están en su ADN.
Peyton logra un filme con un espíritu clase B más marcado que gran parte de las películas que se autoproclaman como tal. Es una superproducción de primera línea, con un elenco completado con figuras como Jeffrey Dean Morgan como Harvey Russel, un agente gubernamental, Naomie Harris como Kate Caldwell, la genetista con buenas intenciones engañada por la corporación y Joe Manganiello en la piel de Burke, una especie de mercenario líder de un grupo privado. Cuando la trama tiene que exagerar, forzar los límites del verosímil y sorprender al espectador, lo hace sin titubear, presentando incluso algunos momentos donde es autoconsciente del código que maneja.
La construcción de los personajes también se desarrolla en el sentido de la hipérbole: Claire Wyden tiene un aire a Cruella de Vil que la acerca a la caricatura, lo mismo que la torpeza de su hermano Brett, al mando de la empresa a su lado solamente por portación de apellido. The Rock no es santo de mi devoción, pero es el único actor capaz de encarnar a Oyoke. Capaz de comunicarse y hacer chistes mediante lenguaje de señas con los primates, volar helicópteros y poner a dormir guardias de seguridad con la misma naturalidad que se unta una tostada, le creés todo. Sí, aunque no te guste. Morgan y Manganiello también le aportan mucha magia (y facha) al asunto.
Ridícula en el buen sentido, capaz de darle un motivo y un objetivo dramático a la destrucción descontrolada del videojuego, con toques de humor en los momentos indicados, logra que el espectador pase un muy buen momento. Fuerza los límites de su código sin romperlos nunca. Promete, cumple y deja con ganas de más.