Rampage: Devastación es tan fácilmente elogiable como cuestionable. Sus méritos y sus limitaciones son tan evidentes que no hay posibilidad de segundas lecturas. Es una película sin la más mínima sutileza en sus planteos ni en sus resoluciones, una de esas historias construidas a partir de conceptos contundentes y fórmulas calculadas que no permiten que nada ni nadie se desvíe ni un milímetro de su camino y de su objetivo.
Lo mejor de Rampage: Devastación son sus protagonistas, Dwayne Johnson (probablemente la estrella más confiable del Hollywood actual), y el espectacular trabajo con los efectos visuales dentro del género de cine catástrofe (es una película con monstruos mutantes que destruyen la ciudad de Chicago). Lo peor, un guion básico que trata de trasladar el esquema del popular videojuego de los años 80 a la pantalla grande y unos personajes secundarios (desde el detective que interpreta Jeffrey Dean "Negan" Morgan, hasta unos millonarios malvados dueños de una corporación) que no tienen vuelo ni profundidad psicológica.
Así, el director Brad Peyton (que tenía dos colaboraciones previas con Dwayne Johnson como Terremoto: La falla de San Andrés y Viaje 2: La isla misteriosa) se limita a avanzar con piloto automático en la trama hasta que aparecen en escena el lobo volador, el inmenso gorila que remeda a King Kong y el cocodrilo que se convierte en un nuevo Godzilla. Todo es gigantesco, ruidoso y vertiginoso. Hollywood en estado puro.