El videojuego clásico de Rampage (así como todas sus subsiguientes secuelas, a lo largo de diversas plataformas) partía de un principio muy básico: la destrucción es divertida, los monstruos también, así que la combinación de ambos no puede fallar. El juego no fallaba, pero aunque una cierta cuota de nostalgia lo eleva hoy por encima de otros títulos, lo cierto es que tampoco era demasiado bueno. Se trataba, al fin y al cabo, de avanzar en una dirección extremadamente lineal y, sí, romper cosas. Es ese mismo principio en el que se basa la película de Rampage, y el resultado es, desde ya, el mismo: diversión esporádica entre explosiones, devastaciones varias y algún que otro simpático chiste, pero decididamente no mucho más que eso. En verdad, si la película de Brad Peyton (que venía de dirigir la igualmente caótica La Falla de San Andreas) funciona relativamente, el mérito es total de Dwayne “The Rock” Johnson, a esta altura (quizás sólo junto con Hugh Jackman) la figura más carismática de Hollywood.
Johnson es una de esas estrellas a lo “Rey Midas de la taquilla”, dueño de una simpatía extrema que hace más tolerable cualquier producto que, en la piel de actores menos entregados al entretenimiento, podría resultar un absoluto bodrio. Si Rampage no lo es, no es por sus efectos especiales o sentido del asombro ante un lobo, un cocodrilo y un gorila gigante, es porque el actor de la reciente remake de Jumanji es consciente de su papel y se divierte con el mismo.
No hay mucho que decir del argumento, que apenas explica vagamente cómo un experimento fallido terminó mutando especies y agigantándolas hasta proporciones ridículas, para rápidamente dar lugar a edificios pulverizándose ante la batalla de seres infernales. Se sabe que la excusa es lo de menos en este tipo de películas, y eso estaría “bien”, de no ser porque por momentos Pyton cede ante la tentación de hacer un film “en serio” y es ahí cuando pierde en su apuesta: los personajes son demasiado unidimensionales (tiene en verdad más desarrollo George, el Gorila, que el protagonista) y los villanos de turno resultan irritantes, no por su maldad injustificada sino por la falta de coherencia y acumulación de lugares comunes.
Rampage, en última instancia, entretiene y por lo menos no es el desastre que pudo haber sido.