Aún no estoy seguro si analizar este estreno bajo la lupa del consumo irónico. Rampage: devastación es un film que se encuentra en la misma línea que Sharknado, desde lo argumental.
Eso puede llegar a ser un elogio, la saga de films de la factoría The Asylum han generado miles de fanáticos a lo largo de los últimos años y nada indica que con Rampage no pueda ocurrir algo similar.
Las únicas (grandes) diferencias en este caso son el presupuesto y su estrella protagónica.
Si bien ya hemos visto versiones modernas de King Kong y Godzilla, con efectos visuales a la orden del día, nunca lo habíamos hecho con este nivel de delirio.
Acá no tenemos a esos míticos personajes (que ya los veremos juntos en un futuro cercano), pero la onda va por ahí.
La película es un sinsentido al cual no hay que buscarle lógica para pasarla bien.
Hay que aceptar que versiones gigantescas de un gorila, un lobo y un cocodrilo destrozan una ciudad, y que un hombre puede evitarlo.
Dwayne “La Roca” Johnson es la estrella de Hollywood del Siglo XXI, y así se plantea en sus últimas películas. Pero en esta en particular es una demostración de su poderío y carisma.
Si bien por momentos está bien acompañado por Jeffrey Dean Morgan, la gran parte del metraje se encuentra o solo o en compañía de actores muy poco conocidos, y así resalta más.
No voy a hablar de todos los estereotipos del resto de los personajes, tales como la villana bien villana que interpreta Malin Åkerman, ni de los miles de clichés que hay.
Me queda bien en claro que esas decisiones creativas fueron tomas apropósito en esa vía.
El director Brad Peyton, quien ya trabajo con Johnson en San Andreas (2015), vuelve a abusar del CGI para plantear situaciones imposibles.
Poco y nada importa una narrativa cinematográfica, solo se muestra destrucción y desorden.
Rampage: devastación es una película entretenida pero solo si no se la toma en serio. Es para pasar el rato y olvidarse de ella a los cinco minutos.