Mi reino por una oveja
Esta película islandesa cuenta una historia de profunda humanidad, con ternura y un sutil sentido del humor.
Francia parece la plataforma desde la que Islandia está dando a conocer todo el talento que tiene más allá de Björk. Este año, en la Eurocopa, el mundo descubrió que los islandeses podían jugar al fútbol; el año pasado, en el Festival de Cannes, que el cine islandés es digno de ser considerado.
Rams (palabra inglesa que significa “carneros”; el título original es Hrútar) llega a la Argentina con el antecedente de haber ganado el premio mayor en la prestigiosa sección Une certain regard en 2015. Comparte algunas características generales con otra película islandesa, Historias de caballos y hombres, que se vio en nuestro país el año pasado: un sentido del humor cáustico entremezclado con el drama más profundo, con animales en el centro de la escena.
La anécdota, en apariencia, es pequeña. En uno de los fascinantes y desoladores valles de la isla, dos hermanos se dedican a la cría de ovejas. Viven en granjas contiguas y comparten la pasión ovina, pero están peleados a muerte. La aparición de una epidemia mortal que afecta al ganado reavivará el viejo rencor fraterno y obligará a que esa guerra fría sostenida durante tantos años estalle hacia algún lugar.
Esta historia mínima está contada con maestría y un notable crescendo de intensidad por el director y guionista Grímur Hákonarson (este es su segundo largometraje de ficción). Con los mínimos diálogos indispensables, la narración se basa en el registro de detalles para sumergirnos en la situación tragicómica que viven estos granjeros, esforzados hombrecitos perdidos en la inmensidad de ese paisaje tan solitario, bello y salvaje como la Patagonia.
Ese marco natural es fundamental para dotar a la película de un dramatismo que tiene su contrapeso en el humor, con pasos de esa comedia que los anglosajones denominan deadpan (que refiere a un humor seco, sin énfasis ni subrayados gestuales, al estilo de Buster Keaton o Bill Murray), que aquí encuentra notables intérpretes tanto en el protagonista, Sigurour Sigurjónsson, como en las ovejas y su cómica inexpresividad. Es imposible no compartir la ternura y compasión que Hákonarson siente por sus criaturas, tan imperfectas y tan humanas.