Una historia sencilla
El primer falso inconveniente de éste filme es que la gran particularidad de su estreno residirá en el origen del mismo, situación que redundará en una gran injusticia ya que por ser una producción de Islandia puede incurrir en que el parámetro de elección sea ese únicamente.
En realidad estamos frente a un claro ejemplo de lo que pregonaba el escritor ruso León Tolstoi: “Pinta tu aldea y pintaras el mundo”. En éste caso estamos además sumatoriamente frente a otra variable, la del atravesamiento de la historicidad humana de manera universal, hasta si se quiere bíblica.
Desde ser leído como una gran alusión de la historia de Caín y Abel, hasta el precepto de la preservación del legado de nuestros antepasados, la vida misma.
Un cuento muy llano, dos hermanos solteros, sin descendencia, que no se hablan desde hace 40 años, nunca sabremos los motivos fehacientemente, celos, envidias, mandatos, sangre, siendo ellos los postrimeros de su estirpe, son los custodios de los últimos ejemplares de una raza de carneros en un valle tan inhóspito como de gran belleza natural.
Podría verse como un relato tragicómico, en el que no están ausentes claras referencias a la literatura trágica desde los griegos hasta la actualidad, sin dejar de lado a Shakespeare o Dostoievski entre muchos otros. Pero con momentos en tono de comedia que hacen que el texto fluya libremente.
El director se juega con una apuesta en dar lugar a las imágenes como las sustentadoras de la fuerza narrativa, pocos diálogos, lo que no significa que no se comuniquen, una austeridad extrema de los movimientos de cámara, poca variedad de elección de planos, que no genera estatismo gracias al diseño de montaje, donde la dirección de fotografía, tan expresiva como eficaz, tiene la capacidad de mostrar el mundo a partir de la relación que se establece entre estos dos hombres, y de ellos con la naturaleza que los circunda. A punto tal que la misma puede juzgarse por momentos como claustrofóbica, y en otros como inconmensurable.
Las primeras imágenes son de una locuacidad extrema, Gummy (Sigurður Sigurjónsson), el menor de los hermanos, sociable, integrado a su grupo de pertenencia, sobrio, recto, retornando de la inspección de su ganado descubre un animal muerto del otro lado del perímetro que le pertenece, regresa con el otro carnero vivo, perteneciente al rebaño de su hermano mayor Kiddi (Theodór Júlíusson), un personaje en las antípodas de su hermano, alcoholico, antisocial y malhumorado. Gummy deja el carnero dentro de la casa de Kiddi. Viven fisicamente a metros de distancia, pero al parecer a años luz afectivamente.
Ambos se presentan en la competencia anual por el premio de los mejores ejemplares de ganado, los celos se ponen en juego Kiddi es el triunfador, pero Gummy descubre el principio del conflicto al darse cuenta que el ganado de su hermano es portador de una enfermedad que puede derivar en endemia, el scrapie, enfermedad degenerativa correspondida en paralelismo, por sus síntomas, con el llamado mal de las vacas locas. En principio se sospecha que la misma fue introducida por la raza traída del extranjero, podría leerse como alusión, pero que igualmente hará que las autoridades decidan el sacrificar todos los ejemplares de la comarca.
Esto producirá el fin de un estilo de vida para muchos, la desgracia para otros, la desazón de todos, y la necesidad de unión de los hermanos en pos de la supervivencia.
Una realización de gran belleza visual, poseedora de una banda musical de excepción, compuesta por Atli Orvarsson, músico Islandés, ya instalado en Hollywood, que hace de la gaita, instrumento local por excelencia, la musa expresionista.
Desde lo textual, arrolladora en la circulación hacia la tragedia, pero como vehículo de una gran paradoja en el sentido de instalar una forma de pensamiento que reside en utilizar voces que aparentan contradicción y simultáneamente una gran y hermosa alegoría.