Cuando la guerra empieza por la lana.
Auténtica rareza en la cartelera porteña, la película islandesa transcurre en un paisaje de fría sequedad. Pero no por ello resigna la narración clásica, que tiene que ver con el enfrentamiento entre dos hermanos y su amenazado rebaño ovino.
El cine islandés no es precisamente el más frecuente en las pantallas argentinas. Los memoriosos recordarán un par de películas independientes de ese origen, que llegaron una detrás de otra a comienzos de este siglo. Una era la comedia sexual 101 Reykavyk, que aquí se estrenó como Invierno caliente, en la que Victoria Abril se metía en la cama de un muchacho tímido y su mamá. La otra era Noi, el albino, también sobre un adolescente solitario, que se sentía encerrado en su pueblo nevado e intentaba fugar sin mucho éxito. La nieve aparece con un rol crucial al final de Rams, ganadora del Premio Un Certain Regard en Cannes 2015 y seleccionada por su país al Oscar, aunque no nominada finalmente. En todo el resto de la película la nieve incide incluso cuando no está presente, determinando el atávico aislamiento de la pequeña comunidad pastoril que la protagoniza.
Hombres, ovejas y eso es todo: así como transcurre en medio de la desolación islandesa, Rams podría tener lugar en algún paraje irlandés, mongol, centroafricano, de la Tundra o la Patagonia. En cualquiera de esos ambientes serían concebibles dos hermanos solteros de la tercera edad que viven en casas vecinas y no se hablan desde hace cuarenta años, como sucede con Gummi y Kiddi. Tanto como sería imaginable la clase de calamidad representada por una pandemia que asolara a las ovejas del lugar, única economía de la zona. En el caso de Rams se trata de lo que el subtitulado español traduce como “tembladera”, y que la información de un noticiero de televisión –introducido por el guionista y realizador Grimur Hákonarson a manera de una Wikipedia portátil– aclara que ataca el cerebro y médula espinal, y que es incurable. Cuando Gummi descubre un carnero muerto en el terreno de su hermano empieza a sospechar, y cuando hace la denuncia estalla Troya entre ellos. Entre ellos y al interior de la comunidad, cuando el servicio sanitario confirma que las sospechas de Gummi eran correctas y avisa que hay que sacrificar hasta al último ejemplar y esperar un par de años para empezar a introducir ovejas nuevas.
Rams es un cuento clásico, narrado con la sequedad que el ambiente y la gente imponen. Hákonarson no se entretiene con el paisaje. Sabe que con plantar la cámara una o dos veces en exteriores será suficiente para transmitir la sensación de inmensidad, que los cielos plomizos comunicarán agobio por sí solos, que tanta pradera vacía habla de soledad. En su segunda película de ficción, el realizador no hace cine de observación. Narra hechos, aunque sean nimios y cotidianos. Sigue una línea dramática clásica, con un conflicto que aparece ya en la primera escena, con el primer carnero muerto, y se continúa de allí en más, aunque resulte casi imperceptible, con la competencia entre hermanos por el mejor carnero, la idea del linaje ovino (que va a interrumpirse para siempre si se ven obligados a sacrificar a toda la hacienda), las distintas reacciones de Gummi y Kiddi ante la medida sanitaria, la resolución final incluso. En el marco de una narración tan austera como el estilo, Hákonarson se permite tres o cuatro guiños de humor o extravagancia, como el modo ajustadísimo en que se define la competencia, el baño de un carnero en la casa, un perro pastor que hace de ágil correo entre los hermanos o el uso de una grúa para recoger a un enfermo indeseable y depositarlo a las puertas de un hospital.