Competidora en el último Cannes en la categoría Un Certain Regard, esta película islandesa tiene una trama simple exprimida en diversos niveles dramatúrgicos y cinematográficos: buenas locaciones, personajes adorables y una fotografía exquisita. En un valle remoto, donde los pocos pobladores viven de la crianza de carneros, la competencia tradicional por el mejor ejemplar (una Rural en miniatura) despierta la antigua enemistad de dos hermanos. Una noche, a hurtadillas, Gummi (un actor singular, Sigurður Sigurjónsson), el despechado perdedor, entra al establo de Kiddi (Theodor Juliusson) y descubre que su carnero ganador, a la sazón semental, tiene una enfermedad venérea. Alertadas las autoridades, se decreta el sacrificio de todo el ganado del valle. De un modo caricaturesco, Kiddi quiere ajustar cuentas con el más menudo Gummi, quien por las dudas se esconde y oculta a un puñado de carneros en el sótano de la cabaña. Pero la pasión de Kiddi y Gummi por sus animales es tal que hasta parecen mimetizarse. Bella y graciosa, la película de golpe toma un giro dramático, y su final es tan inesperado como deslumbrante. Imperdible.