Ruido de motores y chapas crujiendo
La sexta parte de la saga de los ladrones motorizados, a la que aparentemente todavía le queda nafta en el tanque, no tiene lugar para la sutileza, lo complejo o lo sofisticado, sino que todo es puramente superficial, ruidoso, fibroso, visual y palpable.
Dominic Toretto le asegura a su cuñado, socio y ex policía devenido ladrón Brian O’Conner (el carilindo Paul Walker) que será un buen padre. Lo hace con tono imperativo, contraponiéndose así a las dudas lógicas del interlocutor primerizo. Ante la consulta de los motivos de semejante certeza, Dominic no duda: “Porque te voy a partir la cara si no lo sos”. La frase, que podría ser una de las tantas escritas con el único fin de ligar las escenas de acción, más aún si el que la escupe es el cada día más mustio, pétreo y monocorde Vin Diesel, sintetiza el empirismo recalcitrante que rige no sólo lo lógica del personaje, sino también de la película entera. Porque en Rápidos y furiosos 6 no hay lugar para la sutileza, lo complejo, lo sofisticado, el trazo fino ni lo sugerido, sino que todo debe ser –es– puramente superficial, ruidoso, fibroso, visual y palpable: bastará atender al crujir de las chapas para comprobarlo.
Difícil arriesgar que éste sea un caso único, pero sí excepcional. Nacida en 2001 como “una de policías motorizados persiguiendo ladrones ídem”, con picadas de autos tuneados y mujeres casi en bolas complementando un panorama tan tuerca como misógino, Rápido y furioso se volcó progresivamente a la acción desenfrenada. La tendencia alcanzó su punto caramelo en la quinta entrega, cuando el taiwanés Justin Lin se despachó con una grasada rabiosamente analógica y despreocupada por el respeto a cualquier ley física, que además hacía del goce por la destrucción férrica una norma. Despreocupada también por mantener un continuismo argumental respecto del bagaje previo, ya que el film funcionaba perfectamente como entidad autónoma.
Esa secuencia hará especial hincapié en la ex supuestamente fallecida de Toretto (Michelle Rodriguez), que aquí volverá amnésica y del lado de los malos, y en el exitoso golpe en Río de Janeiro perpetrado por la troupe. Es, al fin y al cabo, el único background necesario para el espectador neófito, ya que RYF6 retoma a los personajes algunos meses después de la aventura brasileña, con Taretto noviando –o algo así: se dijo que aquí no hay lugar para emociones y sentimientos– con una policía del film anterior, Brian instalado en España junto a la hermana de Taretto y el resto de la banda desperdigada por el mundo patinándose el botín. Hasta que reaparece el superpolicía Luke Hobbs (Dwayne Johnson, el tipo con los bíceps y la caja torácica más grandes de la historia del cine) con su flamante asistente Riley (Gina Carano, la luchadora protagonista de La traición) para pedirles a los cabecillas un favor. O más bien ofrecerles un negocio: la amnistía total a cambio de su ayuda para atrapar al malvado de turno, cuya intención es apropiarse de un dispositivo para apagar los controles militares de un país durante un día, con todo el caos y peligro que eso conllevaría.
Que en la presentación del conflicto se hable de “un país” jamás precisado habla de un film decidido a distanciarse de cualquier anclaje con el mundo real para, en cambio, crear otro habitado por criaturas regidas menos por la promesa de un bienestar mayoritario que por el efectismo cercano y demostrable. Mundo que está, además, desapegado de cualquier norma gravitacional, temporal y biológica. Así se entienden algunas de las set pieces de acción más impresionantes e inverosímiles de los últimos años. Como ésa en la que Toretto salta de un auto en movimiento, atrapa al vuelo a Letty justo antes de caer sobre un parabrisas y se levanta sin un rasguño. O la de un avión de carga que carretea durante quince minutos con tres autos colgados sin llegar al final de la pista. Son apenas un par de ejemplos de una serie que luce vigorosa y, por lo que se ve justo antes de los créditos finales, con nafta para unos cuantos kilómetros más.