Más rápido, más furioso, más, más, más…
Cuando uno se mete en una sala de cine a ver Rápido y Furioso, cualquiera de las seis o cualquier película que de casualidad lleve ese nombre, está claro que no está esperando un tratado de filosofía, un documental sobre la pobreza estructural en la vida capitalista o un profundo drama sobre el ser y la vida. Está esperando acción, autos, fierros, velocidad, adrenalina. Y si se entusiasma, piñas, patadas, tiros, explosiones. Luego de una quinta entrega que superó ampliamente las expectativas de los cinéfilos, Justin Lin volvió a ponerse tras las cámaras para seguir la saga. Y no tardamos más de veinte minutos en darnos cuenta de que esta película no va a dar la talla. Una aceptable escena de autitos seguida de una lamentable presentación de los personajes de The Rock y Gina Carano nos hacen dudar. Lo que sigue es un guión paupérrimo, con diálogos aburridos e impostados hasta el hartazgo y con situaciones –una tras otra, tras otra, tras otra- que no hacen más que enmarañar un sinsentido que dura más de dos horas, siempre, eso sí, adornado por una escena de acción más grandilocuente que la otra...