Regreso con gloria
La primera certeza después de ver Rápidos y furiosos 6 es que felizmente queda muy poco del film bautismal de la saga tuerca iniciada en 2001. Desde ese momento, y con el correr de las entregas, el conjunto comenzó a ladearse hacia la acción-espectáculo, alcanzando su punto máximo en la que hasta ahora era la última película, donde el grupo de ladrones y ex policías destruía -esto dicho literalmente- medio Río de Janeiro para robarle a un narcotraficante local. Allí, si bien la pulsión fierrera y la misoginia características de la serie se mantenían inalterables, se articulaban como magistrales set-pieces de destrucción, persecuciones y autos tuneados siempre a punto de destruirse.
El sexto film de la serie sigue una línea similar, pero ahora la trama se desplaza de Brasil a Europa. Allí viven Dominic Toretto (el siempre inexpresivo Vin Diesel) y el ex policía Brian O'Conner (Paul Walker). El primero juntado con la bonita policía carioca con la que terminaba la película anterior y el segundo estrenándose en el rol de padre. Mientras tanto, el resto de la banda disfruta -y despilfarra- el botín alrededor del mundo dándose lujos a priori imposibles.
Pero toda esa tranquilidad se interrumpe cuando el policía Luke Hobbs (un Dwayne Johnson al que cada día da más gusto verlo en pantalla grande), el mismo que los dejó ir en Brasil con la promesa de ir tras ellos, cruza el Atlántico con su nueva asistente (la luchadora Gina Carano, que ya demostró en La traición que de patadas y trompadas sabe bastante) para proponerles un negocio: que la banda lo ayude a atrapar al malvado de turno, un ex agente del SAS británico que planea robar un sofisticado equipo tecnológico que permitiría anular las defensas militares de un país, a cambio del perdón de sus delitos. El asunto se complica aún más cuando descubran que una de las integrantes del bando rival es la ex de Toretto, supuestamente fallecida, Letty (Michelle Rodríguez).
Todo lo anterior es apenas una excusa para que la troupe inicie un largo peregrinar sobre ruedas por Europa, con Inglaterra y España como epicentros. Sería un error pedirle profundidad a un film que hace del músculo y la superficie sus principales armas. De hecho, los momentos más flojos son aquellos en los que el guión de Chris Morgan intenta profundizar en el vínculo entre los personajes, sobre todo en el de Taretto con Letty. Pero cuando la película decide liberarse de esa carga alcanza picos de adrenalina notables. El taiwanés Justin Lin tiene muy en claro cómo debe filmarse una escena de acción no sólo para generar espectacularidad sino también para que se entienda qué está sucediendo. En ese sentido, la última es una de las secuencias de acción más impresionantes de los últimos años. Y las imágenes finales, justo antes del inicio de los créditos, muestran que el asunto puede volverse aún mejor.