A toda velocidad
Adrenalina pura en una saga de acción que mejora con cada nuevo episodio.
Son muy pocas las sagas que crecen y mejoran en su cuarto, quinto episodio. Uno podría decir eso de Harry Potter , pero esa serie siempre fue pensada como un todo dividido en siete (u ocho) episodios. Y no sólo eso: se apoya en una serie de novelas que tienen fama por sí mismas.
Rápido y furioso no tiene nada de eso. Es más bien la antítesis. No hay reputación que la sostenga: ni literaria, ni dramática, ni actoral. Se armó como un filme de acción con autos de carrera para público adolescente y “tuerca” y, de a poco, se fue transformando en una franquicia de acción que, acaso por esa falta de pretenciosidad, es una de las mejores de la actualidad.
No hay 3D. No hay efectos especiales que llamen la atención por sí mismos (los hay, claro, pero se trata de que no se noten) y la trama no brillan ni por su originalidad, ni por su corrección política, ni por sus textos y/o actuaciones. Lo que hay aquí es nervio cinematográfico, puro y duro, de ese que apasiona en ciertas películas de Tarantino (pero sin el guiño referencial constante) y que remite a cierto cine de los ’70 de programa doble, pero con presupuesto de siglo XXI.
Aquí vuelven Brian O’Conner (el carilindo Paul Walker) y Dom Toretto (ese opaco axioma que es Vin Diesel), escapándose a Brasil y lidiando allí con la persecución policial local, de los agentes de seguridad estadounidenses y de un narcotraficante que parece manejar las favelas de Río. Como una versión trash de La gran estafa (o una noventosa de Los indestructibles ), Brian y Dom reúnen a un grupo de especialistas. ¿Su objetivo? Robarle al narcotraficante 100 millones de dólares.
El filme de Lin es un relato de acción con mínimas conexiones narrativas entre las escenas de persecuciones, tiroteos y/o peleas, pero con la convicción y el pulso para mantener la atención durante 130 minutos, y con una larga escena de acción final que pasará a la historia por su espectacularidad.
No llama la atención que Lin haya sido nombrado como un posible director de una nueva Terminator . Como Jonathan Mostow, el director de la tercera, o el propio James Cameron antes de transformarse en gurú digital, Lin confía en el peso de las cosas: los golpes duelen, las caídas se sufren, los choques impactan. Ante tanto 3D y efecto donde todo parece inflable, ingrávido, donde lo espectacular anula lo creíble, una película de acción como ésta golpea e impacta con recursos clásicos, sólidos como una canción de AC/DC.
Un párrafo aparte merece Dwayne Johnson, gran aporte a esta película. Como el comando que los persigue, el papel del ex The Rock como contrincante casi invencible le suma puntos al filme, una sorpresa de la temporada de “tanques” de Hollywood.