Tras abandonar el cuerpo de policía, Brian O'Conner se asocia con el fugitivo Dom Toretto. Perseguidos por la Justicia, son acorralados en Río de Janeiro. Su única opción de conseguir la liberad será acabar con una banda de crimen organizado que tiene asolada la ciudad.
Que la quinta parte de The Fast and the Furious haya resultado ser la mejor de la saga es algo que debe haber tomado a muchos por sorpresa. La ruta hacia Fast Five empezó a trazarse en el 2009, cuando se estrenó la cuarta parte, y el director Justin Lin dio muestras de ser capaz de reinventar la franquicia. Básicamente lo que se hizo fue ignorar que hubo una segunda parte, y situar la historia en un tiempo previo a la de Tokio, es decir la tercera. Los resultados fueron evidentes y los motores que parecían apagarse tras dos secuelas fallidas, rugieron con una furia similar a la original.
El regreso de sus dos protagonistas es un pilar fundamental para que estas películas funcionen. Paul Walker demostró en 2 Fast 2 Furious que sin su musculosa pareja la propuesta no iba a funcionar. Es que a Vin Diesel se le puede criticar mucho sus actuaciones y su inexpresividad, pero él es Dom Toretto y no alcanzó reemplazarlo con Tyrese Gibson. Él debería estar agradecido de que el director le brindó la oportunidad de redimir su carrera, luego de cometer tres graves errores de juicio. Servidas en bandeja la secuela de los autos veloces y la de xXx, él optó por reponer su rol de Riddick para una segunda parte que no vieron ni sus amigos, y desde entonces se condenó a siete años de películas inferiores a la espera de una nueva oportunidad. El punto a favor en materia de actores, no se limita a los que figuran en el póster, también el armado de un equipo complementario para no delegar el peso de la historia en sólo dos personajes y la integración de una contrafigura decente como Dwayne Johnson constituyen sendos aciertos.
Fast Five retoma exactamente en donde finaliza su antecesora, con la fuga de Toretto del micro que lo lleva a prisión. Lin sabe lo que hace y si en aquella dejó un final de sobreentendidos y miradas cómplices a modo de remate, en esta oportunidad vuelve a filmar esa secuencia y la lleva adelante hasta su conclusión, logrando así una apertura ágil, rabiosa y completamente justificada. Lo que hace que esta sea la mejor, es lo que la hace tan diferente a las anteriores. Los ajustes de guión, las prioridades, todo se puso al servicio de una película que necesitaba luz propia y no luces de neón. Con muy pocas referencias a otros autos y menos exclamaciones al ver el armado debajo del capó, con poco digital y más acción pura y dura, el guionista Chris Morgan y su realizador se concentraron en la importancia de desarrollar una buena historia antes que todo.
El punto fundamental que permite comprender que realmente se trate del filme más logrado se produce cuando la dupla central necesita conseguir un auto veloz, de esos que sólo se ven por esta pantalla. El desafío es el mismo de siempre, el ganador de la carrera se queda con el coche del otro, pero en vez de elegir mostrar ese duelo, directamente se lo pasa por alto. Ignorar aquello que definió a las otras películas es una toma de postura sorpresiva y ciertamente tiene su efecto. Convertir a los autos en herramientas con las que lograr objetivos y no hacerlos fines en sí mismos es un paso adelante de los realizadores. Pocas son las sagas que pueden preciarse de lograr un buen resultado en su quinto intento. Salvando las distancias y parafraseando a la mejor quinta parte de la historia, con Fast Five Justin Lin logró su Episodio V.