Máxima velocidad
Es extraña mi relación con Rápido y furioso. No soy fanático de ninguna de las cuatro películas que conforman la saga (aunque me parece muy entretenida la historia de amor gay disfrazada de película de acción que es Más Rápido más furioso), pero aún con sus irregularidades y defectos me resultan películas simpáticas. Es cierto, los guiones parecen haber sido escritos con crayones por nenes de cinco años y los actores, de madera terciada, no hacen otra cosa que posar para las cámaras y dárselas de cancheros que se las saben todas (Paul Walker especialmente). Pero hay algo que no puedo negar, y es que cuando veo una buena escena de acción en la que me siento involucrado, los diálogos tontos y los clisés constantes pueden pasar a un segundo plano. El problema es que con cuatro películas a cuestas el margen para la sorpresa se va achicando cada vez. ¿Cuánto más se puede exprimir una franquicia que sólo se basa en tener autos copados, chicas lindas en bikini y tipos musculosos?
Mucho más parece, porque Rápidos y furiosos: Sin control es por lejos la mejor película de toda la saga. Hay varios aspectos fundamentales en los que Justin Lin (director también de la tercera y la cuarta) superó con creces todo lo hecho anteriormente. En primer lugar, estructuró esta quinta parte no como una película de carreras ilegales sino como un film de robos al estilo Oceans 11 y La estafa maestra. Luego se dedicó a un objetivo muy simple: hacer persecuciones de coches que te vuelen la cabeza, y vaya si cumple, con el mérito extra de no utilizar efectos por computadora y hacerlo a la vieja usanza con dobles de riesgo. Es que si no te parás y aplaudís después del robo a los autos de la DEA adentro de un tren (con caída libre de un puente incluida) o de la persecución final en la que nuestros héroes escapan de la policía brasilera cargando con sus autos una bóveda gigante (las leyes de la física no son del todo aplicables acá) y destruyendo medio Rio de Janeiro a su paso, es porque no tenés sangre en las venas o quizás querías ir a ver Agua para elefantes y te equivocaste de sala.
Pero sin dudas el aspecto fundamental que eleva a esta quinta parte por encima de las demás se resume en un nombre: Dwayne “La Roca” Johnson. Ya desde su primera aparición como el agente federal encargado de encontrar a nuestros héroes, no hay dudas que la película entera la pertenece a él. Con su físico de luchador profesional que lo asemeja a una suerte de Godzilla anabolizado, y sudando constantemente como si no se hubiera bañado en semanas, La Roca le inyecta a la pantalla todo su carisma y su testosterona, que tendrá su punto máximo en la pelea mano a mano (brutal, con cada golpe sintiéndose como estruendos en la sala) con ese otro gigante de cabeza rapada llamado Vin Diesel. Todo esto, sumado al regreso de varios personajes de las películas anteriores como los raperos Tyrese y Ludacris (que aparecen en la segunda) y el japonés Han (que había muerto en la tercera, pero no pidan lógica en este universo), hace que Rápidos y Furiosos: Sin control sea una fiesta total de adrenalina y destrucción vehicular. Y juzgando por la escena que aparece después de los créditos, todavía tiene nafta para rato.