Vértigo e imaginación renuevan la fórmula
En la séptima entrada en la serie de "Rápidos y furiosos", el director James Wan redobló la apuesta, pateó el tablero y decidió apelar al más divertido cualquier cosa. Frente a esta película que empieza casi como una telenovela, los dibujitos animados de "Meteoro" se quedan cortos: aquí los autos saltan de un edificio a otro, caen por los más profundos precipicios e, incluso, directamente vuelan, ya que son soltados en paracaídas desde un avión.
La trama saca al team dirigido por Vin Diesel de las carreras de autos callejeras a una historia de mutuas venganzas. Al final de la película anterior aparecía un misterioso Jason Statham con muy mala onda. Es un mercenario invencible, hermano de un villano de otra de las películas de la saga, que llega para matar a todos, especialmente a Toretto, y por lo tanto las explosiones y tiroteos y persecuciones automovilísticas empiezan a ponerse cada vez más letales.
Pero además aparece un gran hallazgo de este film, el personaje de Mr Nobody (Don Nadie) interpretado por un Kurt Russell que podría haber salido de una pelicula de John Carpenter. Se trata de un agente secreto que les propone que roben un fantástico dispositivo llamado "el ojo de Dios" que permite rastrear a cualquier persona en cualquier sitio del planeta, lo que serviría para dar con un auténtico fantasma como el personaje de Statham, que aparece y desaparece como una sombra para atentar contra la vida de los miembros del equipo de los rápidos y furiosos, que ahora tienen cómo encontrarlo.
Lamentablemnte en el guión también hay mucho de telenovela, empezando por la amnesia de Michelle Rodríguez que resucitó en el film anterior sin memoria de su casamiento con Toretto, lo que provoca un exceso de melodrama que, por suerte, se resuelve durante una de las espectaculares persecuciones. Pero esas intromisiones ñoñas hacen que la película demore una media hora en arrancar de verdad, e interrumpen la acción cada tanto a lo largo de las dos horas que con esos detalles se vuelven un poco más largas de lo necesario.
Pero este defecto no alcanza a hacer mella en un film que, cuando explota, lo hace en serio con un uso alucinante de locaciones de todo el mundo (particularmente los rascacielos de una ciudad árabe y las calles de Tokyo) y que tiene una técnica de montaje impresionante, además de toda la imaginación del director James Wan para filmar las más dementes escenas de superacción.
Una mención aparte merece la despedida a Paul Walker en un clip final, que el público aplaude con emoción.