Lluvia de autos
La octava entrega de Rápidos y furiosos sigue en la senda de la opulencia y la falta de pretensión para darnos ganas de ver cine en el cine.
Quizás en el futuro veamos a esta época del cine como una especie de edad de oro del mainstream. Conviviendo con la piratería y también con los servicios legales de streaming que ya producen y estrenan películas ellos mismos, el cine en el cine continúa creciendo. El primer trimestre de este año, por ejemplo, se vendieron en Argentina un 7,2% de entradas más que en el mismo período del año pasado; y en el primer trimestre del año pasado, a su vez, se habían vendido 5,9% de entradas más que en el mismo período de 2015. Parece que el cine en el cine no sabe de crisis y sus enemigos y competidores no hacen más que fortalecerlo.
Probablemente en la franquicia de Rápidos y furiosos puedan adivinarse al menos parte de las razones. Sus ocho películas recorren los últimos quince años; fueron justamente los años en los que florecieron la piratería y los servicios legales de streaming; los años en los que el mainstream parece haber florecido también. Nacida como una película de acción más para adolescentes y fanáticos de los autos, a comienzo de esta década Rápidos y furiosos pegó un salto de calidad en consonancia con gran parte del cine industrial. Este año vimos Kong: La isla calavera y John Wick 2: Un nuevo día para matar, por ejemplo, dos películas que en otra época -no hace tanto- habrían engrosado la lista de simples moneymakers pero que hoy se plantean con seriedad y parecen hechas por directores y productores cinéfilos.
Rápidos y furiosos 8 es una fiesta. Sin ninguna clase de pretensión, con una trama sencilla y sin vueltas, sin temor al ridículo ni a caer en la incorrección política, la película dirigida por F. Gary Gray (debutante en la franquicia, director de videoclips de Cypress Hill y OutKast y de la película Straight Outta Compton, sobre la banda de hip-hop N.W.A) vuelve a contarnos una aventura protagonizada por Dominic Toretto (Vin Diesel), Luke Hobbs (Dwayne Johnson), Deckard Shaw (Jason Statham), Letty Ortiz (Michelle Rodriguez) y sus amigos, esta vez con el objetivo de nada menos que salvar el mundo.
La película tiene corazón clase B. Vin Diesel es de madera y en una escena lo hacen llorar, pero todo contribuye a la diversión porque esos grandotes trabados están repletos de esteroides y ternura, nos importan sus destinos, les tenemos cariño porque se burlan de sí mismos y están ahí para entretenernos. Las escenas de acción, al fin y al cabo lo que importa, son ingeniosas y ambiciosas. Hay hasta una literal lluvia de autos.
Rápidos y furiosos 8 está lejos de películas como Mad Max: Furia en el camino o Misión imposible: Nación secreta, que están algunos escalones arriba, pero funciona como un entretenimiento perfecto y disparatado dentro de este grupo de películas que cumplen con el muy loable objetivo de mantener vivo el deseo de salir de casa y meterse en una sala de cine.