En su octava entrega, a Rápidos y furiosos se le acabó la gasolina y la fórmula del éxito. Tiene problemas en la puesta en escena, el argumento y hasta en la continuidad.
Jamás una saga que empezó con una tímida película de carreras ilegales de autos tuneados llegó tan lejos; nunca una franquicia de acción logró crecer con tanto vigor mainstream como Rápidos y furiosos. Pero en su octava entrega se le acabó la gasolina y la fórmula del éxito se agotó en su repetición hasta quedar reducida a una desastrosa autoparodia.
La escena en la que Dom Toretto (Vin Diesel) pone un auto desvencijado en marcha atrás para ganar una carrera es la metáfora perfecta de lo que es Rápidos y furiosos 8, que retrocede a toda velocidad y deja en evidencia sus inconsistencias, su falta de ingenio, su falta de comprensión de la continuidad que tiene que tener un plano con otro.
El argumento se repite: unos villanos que aparecen con algún plan maquiavélico se enfrentan contra el grupo conformado por Dom y sus amigos. La novedad es que Toretto se pasa al bando de los malos, aunque la intención está tan mal construida que es imposible tomárselo en serio. Toretto traiciona su código moral y a sus amigos (su "familia", en la jerga de la franquicia) y decide luchar al lado de una malvada interpretada por Charlize Theron, cuya manera de manipular a Dom es tan poco convincente como inverosímil.
La puesta en escena está totalmente difuminada. Parece que a su director F. Gary Gray le da lo mismo La Habana que Nueva York, ya que los edificios derruidos de la primera están filmados de la misma manera que los rascacielos capitalistas de la segunda, como si se tratara de un videoclip de alguna estrella del pop latino.
El guion es tan licencioso que da toda la impresión de que fue escrito en estado de ebriedad, ya que de otro modo no se explican tantas torpezas, tantas cosas que suceden como por arte de magia. Por ejemplo, por momentos pareciera ser que no hay malos, ya que los que eran malos en entregas anteriores ahora luchan del bando de los buenos. Además, entran y salen personajes con total impunidad narrativa.
Lo peor es que hay escenas en las que ni siquiera se sabe contra quién o contra qué luchan, mientras que las secuencias de acción transcurren tan rápido que no dan tiempo a entenderlas. Para colmo, cometen un furcio antológico: homenajean a Brian O’Conner (personaje que encarnaba el fallecido Paul Walker) como si estuviera muerto, cuando en la ficción nunca murió. Una decepción de millones de dólares.