La octava entrega de la exitosísima saga fierrera es, también, una de las más flojas.
A estas alturas del partido, con ocho películas a cuestas, una taquilla muy generosa y un nombre que ha devenido en franquicia, queda claro que no hay prácticamente nada capaz de detener a Rápidos y furiosos. Ni siquiera la muerte de uno de sus protagonistas, Paul Walker, en un accidente de tránsito. Ya con su personaje esfumado de este universo poblado por fierros y mujeres, Rápidos y furiosos 8 es, sin embargo, una de las entregas más flojas de la saga.
La historia empieza como casi siempre. Es decir, con Dominic Toretto (Vin Diesel) tomando sol y pisteando en algún lugar de arenas blancas y aguas transparentes (ahora es Cuba) y un llamado posterior con el pedido de volver a juntar a la “familia” para una misión. Misión que, en este caso, lo involucra de forma directa, ya que una visita de la malvada Cipher (Charlize Theron) lo obligará a “cambiarse de bando” y dejar atrás a su gente.
Dirigida ahora por el veterano F. Gary Gray (Un hombre diferente, La estafa maestra, Días de ira, El mediador, Straight Outta Compton), Rápidos y furiosos 8 tiene, con excepción del inefable Diesel, un auténtico dream team encabezando la marquesina: a Theron se le suma el pelado Jason Sthatham, el inoxidable Kurt Russell, el cada película más festivo Dwayne “The Rock” Johnson e incluso, en un papel secundario, la británica Helen Mirren.
El problema es que el film nunca sabe muy bien qué hacer con ellos. Mejor dicho, sabe qué hacer, pero a todas luces es una decisión errada, ya que los pone a repetir parlamentos carentes de cualquier atisbo de lógica, lleno de máximas y definiciones sobre el valor de la amistad y la familia, desaprovechando no sólo sus capacidades sino también el carisma de varios de ellos.
Es cierto que difícilmente alguien se arrime a ver Rápidos y furiosos 8 buscando elementos que inviten a algún tipo de reflexión. La saga bien lo supo, sobre todo desde su quinta entrega, cuando se volcó definitivamente a convertirse en un cine físico, rabiosamente analógico. Ahora, en cambio, todo girará en derredor de un enfrentamiento entre los dos bandos, matizado por algunas escenas de persecuciones -muchas menos que en las anteriores- que basan su construcción en efectos digitales. Así, entre la espectacularidad y una trama geopolítica endeble y llena de agujeros, la franquicia pide a gritos una parada en boxes.