Es hora de reconocerle a Vin Diesel su capacidad para caer parado y sin ningún rasguño después de hacer las cosas más descabelladas en las situaciones más extremas. En ambos sentidos: tanto lo que hace él mismo (como actor y productor) en el cine de acción como lo que hace su popular personaje de Dominic Toretto en la franquicia que lo catapultó a la fama y a la idolatría del pueblo trabajador.
El recio calvo monosilábico se da el lujo de hacer lo que quiere porque sabe que el cine todo lo puede, y en la novena entrega de Rápidos y furiosos desafía a las leyes de la física con su cuerpo anabolizado en autos capaces de viajar al espacio exterior y estrellarse contra satélites sin que eso signifique caer en el ridículo de la inverosimilitud, porque las inverosimilitudes y las ridiculeces del guion están escritas con voluntariosa autoconciencia humorística.
Justin Lin retoma la dirección de la saga que más conoce (dirigió la 3, 4, 5 y 6) después de la exitosa incursión de James Wan en la séptima entrega y de la olvidable experiencia de F. Gary Gray en la octava.
Lin maneja el pulso de Rápidos y furiosos como nadie, sabe que redoblar la puesta en escena en cada nueva entrega es una obligación que corre el riesgo de pasarse de rosca pero que, a su vez, es lo único que asegura el entretenimiento al calor de las masas. A Lin le interesa la eficacia del mecanismo del género y no la perfección de las partes.
Montado sobre una trama de espionaje, el estruendoso armatoste reúne nuevamente a la familia (de sangre y de alma) de Toretto para enfrentarse contra un enemigo del pasado, y de la misma sangre: Jakob (John Cena), el hermano desaparecido de Dom. Jakob es también la excusa para que Dom cierre una vieja herida familiar: la misteriosa muerte de su padre en un circuito de carreras. Lin usa los flashbacks con fluidez narrativa y torpezas perdonables para contar esa historia de rivalidad entre hermanos.
Dom y Letty (Michelle Rodriguez) viven una vida tranquila con su hijo Brian, hasta que llega una nueva misión que involucra no solo a Jakob, sino también al hijo de un político multimillonario y a Cipher, la villana interpretada por Charlize Theron, quien le aporta elegancia y solidez actoral a lo que se podría calificar como un sofisticado y atrapante mazacote audiovisual.
Dom y su equipo deberán viajar a varias partes del mundo en busca de un objeto tecnológico que los enemigos quieren para dominar el mundo, lo que da pie a que en cada escenario urbanístico se desplieguen coreografías automovilísticas tan espectaculares como irrisorias, con persecuciones agotadoras que incluyen peleas cuerpo a cuerpo, tiros, explosiones, aviones y vehículos imantados que atraen tanto los objetos metálicos como la atención del público.
Sin embargo, en la película sucede algo paradójico. Lin sabe que todo es una estupidez, pero una estupidez que se toman en serio. El personaje de Diesel es el que mejor define la contradicción de Rápidos y furiosos 9, ya que en todo momento le inyecta su característica dosis de denso dramatismo inexpresivo, para luego reírse de las situaciones por las que atraviesa, con leves sonrisas o miradas cómplices. Es decir, él sabe, como los espectadores, que todo es cualquier cosa.
A partir de Rápidos y furiosos 8 (2017), Diesel inventó una especie de realismo disparatado, que consiste en decir a cámara que todo lo que vemos es imposible para luego sepultar lo dicho y seguir adelante como si la información no rompiera el hechizo de la verosimilitud. Diesel y sus compañeros van en busca de la verosimilitud perdida una y otra vez para volverla a perder a propósito, porque son consientes del agotamiento de la fórmula y de todo lo que se pueda hacer en una película de acción.