UNA FRANQUICIA DEVORÁNDOSE A SÍ MISMA
Si Rápidos y furiosos 8 rizaba tanto el rizo que terminaba siendo una secuela que se devoraba a sí misma, Rápidos y furiosos 9 hace lo mismo con la franquicia entera. Ya la saga, entre intrascendente y superficial en sus comienzos, se había inflado cada vez más a medida que se acumulaban las entregas. Sin nada adentro más allá de las explosiones, el sexismo y las bajadas de líneas de cartón corrugado sobre la institución familiar, era como un globo esperando a estallar o desinflarse. Y en esta novena parte todo se desinfla.
Ya el flashback con el que arranca la película nos indica que buena parte de la trama no solo va a ser insoportablemente discursiva, sino también innecesaria y prescindible. Varios minutos dedicados a mostrar algo que ya se sabía -el accidente en el que muere el padre de Dom (Vin Diesel), que él se lo contaba a Brian (Paul Walker) en la primera parte de la saga-, pero agregándole varios diálogos inverosímiles y un dramatismo forzado a más no poder. Esa secuencia y sus momentos posteriores va a ser retomada, una y otra vez, para tratar de potenciar el enfrentamiento entre Dom y su hermano menor, Jakob (John Cena), quien se ha convertido en un espía al servicio del mejor postor. El disparador es la desaparición de Mr. Nobody (Kurt Russell) y la búsqueda de un arma tecnológica que permitiría controlar todos los dispositivos con algún tipo de conectividad en el mundo. En el medio, vuelven a aparecer viejos aliados -entre ellos Han (Sung Kang), que retorna súbitamente de la muerte- y antiguos enemigos, como Cypher (Charlize Theron). Muchas tramas y subtramas a las que la película trata de acomodar en el medio de un puñado de secuencias de alto impacto apenas rescatables.
Hay una escena donde se le pregunta a Han qué le había pasado y de dónde salió, teniendo en cuenta que todos creían que estaba muerto, y él empieza a recordar lo mal que estaba tras la muerte de Gisele (Gal Gadot apareciendo de improviso en otro flashback más y van…). Cuando Roman (Tyrese Gibson) le pide que por favor vaya al grano y explique cómo sobrevivió al intento de asesinato de Deckard Shaw (Jason Statham), Teg (Lucadris) lo interrumpe y le ordena que deje que Han hable tranquilo. Así, Han puede seguir contándonos algo que todos sabíamos porque bueno, hay que darle más peso dramático a su personaje. Así es casi todo en Rápidos y furiosos 9: una sucesión constante de explicaciones redundantes de cosas ya sabidas, que demuestran que los realizadores ya no confían ni en su propio público. Mucho menos entonces en la materialidad cinematográfica: solo algunas persecuciones buscan un mínimo vínculo con el poder de la imagen y el movimiento. Todo es diálogo informativo, personajes diciendo qué les pasa, escenas dramáticas o humorísticas forzadas al extremo, sin verdadera incidencia en lo que se está contando. De energía e inventiva -más allá de algunas ideas ocurrentes, que igual están explicadas en exceso-, poco y nada.
Así, el conflicto central, que podría haberse resulto en algo más de una hora y media, se extiende por casi dos horas y media, llegando a un nivel de exceso y aburrimiento llamativo. No se trata de que esté mal que una película dure más de dos horas: Titanic está por encima de las tres horas, pero es entretenida de principio a fin. El problema pasa por la ausencia de una mínima sabiduría narrativa, de economía de recursos y de confianza en lo que se está contando, lo cual es mucho peor. Estirada, carente de dinamismo y con algunas resoluciones bastante vergonzosas, Rápidos y furiosos 9 condena a una franquicia -ya inflada con anabólicos hasta el límite- a la autodestrucción y decadencia.