No vamos a describir la trama de esta décima -quizás última, quién sabe- entrega de la banda de superhéroes rompecoches. Es lineal (malo malísimo con venganza en ciernes, más mala malísima que viene de atrás, millones de amigos que reaparecen), pero también tiene sus sorpresas. Lo que aprendió el productor y estrella de la serie Vin Diesel es que vamos a ver cuántas cosas enormes, sorprendentes, tremendas pueden hacer los autos que le sirven al grupo como superpoder. Pero también que tales maravillas de la ingeniería y del efecto especial carecen en absoluto de sentido -son apenas abstracciones del movimiento, y en ese sentido todas estas películas tienen algo de experimental- si los personajes no nos importan. A pesar de que los peligros son tremendos, lo que hay en esta serie de las más originales que dio el cine mainstream (combinar la acrobacia mecánica con la aventura adolescente) es un grupo de actores/personajes a los que queremos mucho. Son simpáticos, dicen frases de historieta, hacen chistes y, sobre todo, se quieren entre sí. Ese y no otro es el grandísimo secreto que hizo de lo que estaba destinado a ser un conjunto de latas clase B con presupuesto clase A se convirtiera en uno de esos juguetes fílmicos a los que abrazamos con cariño. Si no vuelven, los vamos a extrañar.