En general, soy bastante entusiasta de las franquicias, porque las entiendo parte del mundo en que vivimos, y trato de dejar de lado los prejuicios que alejan a los críticos de sagas tan extensas como esta (o como «Misión Imposible», o «Transformers», sin ir más lejos), aceptando su realidad y su impacto en las audiencias.
Es decir, no le pido nada que se que no van a ofrecer, excepto entretenimiento fácil, digerible, y lleno de «jarabe de alta fructuosa». Bien industrializado, adrenalínico y lleno de color. Y dicho esto, si, podemos decir que «Fast X» aporta sólo calorías vacías. No es que toda la franquicia haya sido así, de hecho, la 5ta y 6ta entrega me siguen pareciendo puntos muy altos del cine de acción. Pero ya desde la partida de Paul Walker, el tono de las «Fast & Furious» escaló y desafío cualquier límite lógico, para transformar a este equipo, en la versión humana de los Avengers. Dioses/as del Olimpo que manejan fierros a velocidades increíbles, hacen piruetas en el aire y en el espacio imposibles, salen indemnes de situaciones inflamables.. Todo lo pueden. Y está bien.
En esta décima entrega (¿podría inaugurar una especie de cierre, al fin?) volvemos al arcón de los recuerdos, para conectar con una historia anterior donde este super team, se llevó puesto al padre de un pibito con el que no había que meterse: Jason Momoa. Este será el villano en esta entrega y debe decirse que el hábil intérprete elegirá no tomarse demasiado en serio su rol, y juguetear con cosas pocas veces vistas en la saga, con cierta perversidad y oscuridad que le ponen algo de color a su musculoso perfil.
O sea, es, como la mayor parte de las últimas «rutas transitadas», una historia de venganza que viene pidiendo pista desde el pasado. En consecuencia, Vin Diesel y la banda (enorme, cada vez más grande!), se dispondrán a enfrentar tal amenaza en una serie de eventos, impresionantes. Escenas que desafían el asombro, realmente. Absurdas, pero disfrutables.
De hecho, los baldes de pochoclo deberían venir con cinturón de seguridad para evitar salir disparados en ciertas tomas. O sea, exactamente la emoción que su público busca.
Esta vez dirige un cineasta laborioso, Louis Leterrier («El transportador»), que sabe de cine de acción y esta vez puede darse todos los gustos en cuanto a presupuestos que no se dio en toda su carrera. Hay un desfile de nombres importantes, entre intérpretes simpáticos y otros/as más sólidos y confiables, aunque en participaciones medidas (Brie Larson, Charlize Theron, Helen Mirren, Jason Statham) que entiende su rol y lo llevan adelante con soltura. La banda de sonido es estruendosa, ganchera y livana, sintoniza perfecto con la propuesta.
Creo que no vale la pena mucho preguntarse cómo fue que llegamos hasta aquí, en términos cinematográficos. No hay más nada que agregar, y todo seguirá en la misma línea, en las Fast XI, XII o los eventuales spin-off que puedan suceder. Esto es lo que hay y es honesto. No le pedimos a sus productores nada más. Y aceptamos subirnos y acelerar en cada curva, sin miedo a derrapar ni a quedarnos sin combustible. Lo cual, si lo pensamos detenidamente, no es poco.