Relaciones en peligro.
Libremente basada en un caso judicial real, la película pone el foco en una familia con dos mamás amenazada por la mirada conservadora. Y lo hace sin caer en lugares comunes o subrayados.
“¿Tienes algo que contarme? Acaso esta particularidad que tiene tu familia está creando problemas”, interroga una autoridad del colegio a Sara, con la certeza ciega de los que desconocen casi por completo aquello que están intentando describir. Es que en la familia de Sara hay una hermana menor, Cata, una mamá, Paula, y… otra mamá, Lía. Aunque esa nomenclatura parece más bien un intento de normalización, una “explicación” lingüística para algo que tal vez no lo requiera. Al menos para Sara y Cata, que atraviesan su vida cotidiana (casa, escuela, juegos, estudio, amistades) sin la sensación de que esté ocurriendo algo demasiado fuera de lo común. Mucho menos algo “raro”. Sin embargo, el papá, que vive desde hace tiempo en otra casa, junto a su nueva mujer, mantiene sus reservas al respecto, y no duda en poner en jaque esa convivencia –que juzga como algo no del todo saludable– ante un comentario no tan al pasar de su hija mayor. De allí la disquisición de las autoridades de la escuela. Y también de lo que ocurrirá a continuación, cuando el precario equilibrio entre padre y madre biológicos comience a tambalear.
Rara está basada libremente en un caso judicial real ocurrido en Chile hace unos diez años, el de Karen Atala, una jueza que hizo público su lesbianismo y que terminó perdiendo la tenencia de sus hijas como consecuencia del juicio iniciado por su ex marido, bajo la acusación de “situación de riesgo para el desarrollo integral de las menores”. Pero la ópera prima de Pepa San Martín –que tuvo su debut mundial el año pasado en el Festival de San Sebastián y obtuvo un premio paralelo en la última edición de la Berlinale– no se centra en absoluto en las peripecias legales o las luchas judiciales ante el estrado. Muy por el contrario, Rara concentra su atención en la dinámica entre los miembros de esa familia “particular”, sin abandonar nunca el punto de vista de Sara, anticipado en ese extenso plano–secuencia antes de los títulos de apertura, que sigue a la niña por el patio, las escaleras y los pasillos de su escuela, un poco como lo harían los hermanos Dardenne.
En ese sentido, la película forma parte de esa raza de narraciones donde el drama del crecimiento ocupa un sitio relevante: la chica está a punto de cumplir trece años, edad difícil si las hay, y existen cuestiones que inevitablemente se le escapan de las manos. Con ese punto de partida, es notoria la atención puesta en el registro de diálogos y situaciones cotidianas, que San Martín maneja con gran sensibilidad, sin cargar las tintas ni caer en la tentación de la prédica biempensante. El otro cimiento esencial en los logros del film hay que buscarlo en la sintonía actoral: tanto la joven Julia Lübbert como las experimentadas Mariana Loyola (actriz muy reconocida del otro lado de la cordillera) y Agustina Muñoz (que interpreta a una veterinaria de origen argentino, pata local de un film coproducido por ambos países) les dan vida a sus criaturas sin caer en mohines naturalistas ni echar mano al histrionismo dramático basado en el llanto y el grito.
Tanto en las escenas de entrecasa como en el contacto con el exterior, resulta claro que la realizadora se esforzó por eliminar todos aquellos excesos que pudieran torcer su rumbo y llevarla por el camino de la diatriba. La gran excepción, consciente o no, es la construcción y dirección actoral del personaje del padre, interpretado por Daniel Muñoz con rasgos cercanos a una sutil villanía: en el modo en el cual se mueve, habla e incluso mira, está latente el riesgo de la macchietta, por momentos no tanto personaje como simple reservorio del conservadurismo de la sociedad chilena. Afortunadamente, ganan la batalla los planos de las chicas conversando en la fiesta de cumpleaños, la mirada enojosa de Sara luego de una noche de “vino y cigarrillos” de las mujeres mayores de la casa, la rebeldía incipiente de la niña y su incapacidad para decidir el futuro inmediato, el dolor de una madre ante una separación que se percibe irremediable.