La guerra de los sexos
Basada en el caso real de una jueza que, en 2004, perdió la custodia de sus hijas legalmente por su orientación sexual (había dejado a su marido y estaba en pareja con una chica), la opera prima de la hasta aquí cortometrajista Pepa San Martín –coescrita con Alicia Scherson– toma esa información y parte desde allí para hacer un retrato de la vida en ese nuevo núcleo familiar tomando como punto de vista el de la mayor de las hijas. Más provocativa desde su tema que desde su forma, la película de San Martín intenta ser accesible para todo público y así lograr una mayor atención sobre los temas que trata.
Y los trata muy bien. Gracias a un guión inteligente que no subraya demasiado los temas ni pinta fácilmente a la madre y al padre como héroes o villanos (cada uno, a su manera, cree estar haciendo lo correcto y adecuado para las chicas) y a una puesta en escena que se juega por largos planos secuencia, uno de los grandes méritos de la película está en las actuaciones más que convincentes de casi todo el elenco (el padre, acaso, es el único punto flojo en términos de composición) y en cómo la tensión entre las parejas se ensambla a la perfección con la de la chica, que se ve en medio de estos problemas pero a la vez tiene su propio mundo (amigos, escuela, etc.) del que preocuparse.
El centro es la descripción de la vida cotidiana de Sara (Julia Lubbert), quien parece sentirse bastante a gusto en este nuevo modelo familiar que incluye a su madre Paula (Mariana Loyola, de La nana) y su nueva pareja, Lía (la argentina Agustina Muñoz, regular actriz de las películas de Matías Piñeiro). Su padre (Daniel Muñoz) la tiene también algunos días con ella y, de a poco, empieza a sembrar dudas en Sara respecto al tipo de vida que su madre lleva. Si a eso se le suman los conflictos normales que una preadolescente puede tener con su madre (salidas tardías, un conflicto con un gatito recogido de la calle, etc.), todo lleva a que Sara y su muy simpática y algo bizarra hermana menor Catalina empiecen a dudar sobre con quién vivir. No es una situación muy diferente a la de un divorcio normal, solo que aquí el elemento homosexual del asunto le da un condimento extra. Especialmente al padre, que usa cualquier situación tensa como ejemplo de los problemas que implica para las niñas este nuevo tipo de vida.
Si bien en otros países donde estas cosas no suceden tanto los temas que trabaja Rara pueden quedar un poco anticuados, no hay dudas que están resueltos con inteligencia y sutileza, aprovechando la complejidad del asunto para tratar de ser polémica y política sin alienar al resto de la audiencia. Si bien en su forma la película tiene algo de didáctico –en lo que respecta a la aceptación de las familias no tradicionales por parte de las que supuestamente sí lo son–, eso no impide que los argumentos estén bien dosificados e integrados a lo que finalmente importa aquí: la vida de Sara y de su hermana.