MADRE (NO) HAY UNA SOLA
Flamante ganadora del Gran Premio del Jurado a Mejor Película en la categoría Generation Kplus del Festival de Cine de Berlín 2016, Rara cuenta la historia de la jueza Karen Atala, a quien la justicia le quitó la tenencia de sus hijas, para dársela al padre, por el mero hecho de tener una pareja del mismo sexo.
Pero la cinta de María José San Martín aparenta saber en qué aguas se mete y nos regala un relato tierno y amigable, quizá en parte porque es contado a partir de la visión de la hija mayor, Sara (Julia Lübbert). Este enfoque no es casual, y es en esta decisión que descansa aquel punto de vista que aborda no directamente el prejuicio que representa el caso Atala, sino sus consecuencias. San Martín es lo suficientemente astuta para no vomitar una bajada de línea sobre la discriminación, el papel de la mujer y el conservadurismo de la sociedad, sino que muestra donde afecta realmente esa falta de humanidad y sensibilidad, en la familia y sus dinámicas.
La mirada de Rara no es tan obtusa como para enfocarse en un solo acusado -el sistema judicial- sino que, a través de la mirada pre-adolescente de Sara, pone en tela de juicio a la sociedad como conjunto que alaba la tranquilidad de la "normalidad" heterosexual en lugar de la felicidad de los individuos. De hecho, el contrapunto en la dualidad mirada-adulta-prejuiciosa vs. mirada-niño/adolescente-desprejuiciada pone en evidencia el verdadero mensaje de Rara: los prejuicios son una construcción social, no una característica innata. Y sino revean el consejo del cura del colegio al que asiste Sara y lo que dice su amiga cuando esta le cuenta que su madre es lesbiana.
Desde lo formal, Rara es una película fresca, en gran parte gracias al relato desde el punto de vista pre-adolescente, fluída (observen el plano secuencia del principio) y hasta tiene la habilidad de reírse de sí misma (miren el chiste de la madre de Paula, interpretada por Mariana Loyola, en el cumpleaños de Sara) para no volverse demasiado solemne. San Martín logra ponernos contra la pared acorralados por nuestros propios prejuicios como sociedad, pero no lo hace con vehemencia, ni con un mensaje agresivo, ni mucho menos con un dedo acusador. Lo hace con la mirada inocente de un niño que no conoce de minorías ni de prejuicios, sino de la búsqueda del amor de sus padres.