La adrenalina no pregunta demasiado
El film protagonizado por Dwayne Johnson admite similitudes con Duro de matar, aunque con intenciones muy distintas.
Un rascacielos convertido en infierno por obra de un psicópata terrorista europeo. Un oficial venido a menos, pero con un profundo sentido de la justicia y pelado como Javier Mascherano, se convierte en héroe para salvar a los miembros de su familia, que se encuentran entre los rehenes que los malos tienen secuestrados en los pisos superiores del edificio. Una película y un guión que aprovechan su locación para poner literalmente en escena la famosa “montaña rusa de emociones”. Si alguien cree que la sinopsis de Rascacielos: Rescate en las alturas, escrita y dirigida por Rawson Marshall Thurber, se parece demasiado a Duro de matar, tiene toda la razón. Es cierto que cuando estelarizó aquel clásico inoxidable de 1988, dirigido por John McTiernan, Bruce Willis todavía no estaba calvo como Dwayne Johnson, protagonista de Rascacielos. Tan real como que ambas películas encaran historias similares pero con intenciones muy distintas.
Johnson interpreta a Will Sawyer, un ex agente de elite que ahora, 10 años después de perder una pierna en el fallido rescate de una toma de rehenes doméstica, tiene su propia empresa de seguridad. Casado con la médica que entonces le salvó la vida (Neve Campbell, regresada del olvido) y con dos hijos, Sawyer maneja su propia pyme: una agencia de seguridad privada. Por recomendación de uno de los hombres que pertenecían a su escuadrón, Sawyer consigue su primer trabajo importante: supervisar los sistemas de seguridad del edificio más alto del mundo, construido en Hong Kong por un magnate chino. El cruce de pasado y presente hace que una culpa profunda conviva en el interior del protagonista con una urgente necesidad de redención, ingredientes de un cóctel que el guión se encargará de agitar.
El ataque de un grupo de aparentes terroristas hará que la mitad superior del edificio se incendie, con tanta mala suerte que ahí es donde se alojan la mujer y los hijos de Sawyer. Esa es la fórmula que la película encuentra para poner al protagonista en modo heroico, que a partir de ahí, como buen padre y esposo, hará todo lo posible para salvar a los suyos. Como esos ejércitos que avanzan con la consigna de no dejar a nadie vivo a su paso, una vez activado el dispositivo de la acción Rascacielos es una película que va para adelante sin preocuparse demasiado por lo que va dejando atrás. En ese sentido es muy distinta de la de McTiernan, cuyo guión es un mecanismo de precisión en el que los engranajes encajan sin asperezas. Acá en cambio el trauma del comienzo es apenas una doble excusa, que por un lado provee al héroe y a la historia misma de una razón de ser (una familia que rescatar) y por el otro le suma a Sawyer la dificultad extra de una pierna de titanio.
Si algo comparten Duro de matar y Rascacielos es la atmósfera de Torre de Babel llevada al extremo, que incluso se cumple en la profusión de idiomas. Si en la de McTiernan el malísimo Hans Gruber hablaba con un rígido acento alemán, en la de Thurber no solo ocurre lo mismo (aunque el acento es más bien nórdico), sino que la idea se ve potenciada por un escenario como Hong Kong, ciudad que es una auténtica Babel en sí misma. Claro que si algo falta en Rascacielos es justamente un villano de la estatura del mencionado Gruber, interpretado bestialmente por el gran Alan Rickman, cuya presencia representaba el verdadero peligro al que McClane debía enfrentarse. Por el contrario la némesis de Sawyer no son los hombres que tienen a su familia sino, y ya desde el título, el propio edificio. Será este el que le proponga una serie de desafíos que deberá ir superando si finalmente quiere salvar a los suyos. Sawyer es entonces una especie de Hércules afrontado los doce trabajos, o bien el Bruce Lee de El juego de la muerte (1978), que deberá ir subiendo niveles para enfrentar en cada uno un nuevo reto mortal.
Como buena parte de la filmografía de Johnson, Rascacielos presenta una serie de situaciones inverosímiles, algunas incluso deliberadamente cómicas, que el espectador acepta solo porque es él quien las protagoniza. Y se las acepta de buena gana, porque la película se impone como una grata experiencia física a pesar de su propio trazo grueso. Con esos elementos, a puro vértigo y carisma, Rascacielos dejará satisfechos a los que paguen la entrada buscando unas cuantas dosis de adrenalina bien temperadas.