En tiempos ancestrales, las tribus humanas de Kumandra vivían en armonía bajo la protección y asistencia de los dragones, quienes con su magia centrada en el agua se encargaban de mantener la vida brotando en cada rincón de la tierra.
Pero un día, la nación del fuego atacó los Druun, temibles seres capaces de aniquilar la vida y convertir a las personas en piedra ganaron poder y arrasaron Kumandra. Los dragones hicieron lo posible para combatirlos y solo lograron ponerles un freno haciendo el máximo sacrificio. Sin su magia para mantener en balance a la tierra, Kumandra se quebró en cinco tribus que viven en desconfianza permanente unas de otras.
Cinco siglos después, los Drunn han regresado y la humanidad está más dividida que nunca. Con cada tribu concentrada en su propia supervivencia, solo Raya y el Último Dragón tienen un plan para restaurar el mundo a lo que supo ser.
Raya y el último dragón
Con la fórmula clásica de recorrer un mundo dividido en tribus características de cada tierra, al recolectar las piezas necesarias para el hechizo que destruya a los Druun, Raya y el último dragón ofrece un vibrante y variado universo donde los propios humanos tienden a ser una amenaza más frecuentes que la plaga mágica que los convierte en piedra.
Habiendo dormido por siglos, Sisu (Awkwafina) desconoce y rechaza las costumbres del traicionero nuevo mundo en el que Raya (Kelly Marie Tran) aprendió por las malas a no confiar en nadie, una herida que tendrá que aprender a sanar si pretende tener alguna esperanza de éxito en su misión.
Una de las propuestas atractivas de Raya y el último dragón es que aunque tiene a Namaari (Gemma Chan) como antagonista de Raya, no existe la figura del villano en esta historia. Nadie es malvado solo por el gusto de serlo, las traiciones y acciones poco honorables que cometen están basadas en el miedo y la desconfianza hacia el otro, más que en la voluntad de hacer daño o siquiera en la ambición individual de riquezas y poder. Esto vuelve al conflicto a resolver un poco más interesante, requiriendo algo más que un par de secuencias de acción entretenidas. Igualmente, de todas formas hay unas cuantas, las cuales no permiten que el ritmo de la trama decaiga entre cada escena centrada en los diálogos y el desarrollo de personajes.
Siguiendo con la política de la industria de expandir sus horizontes internacionalmente, especialmente hacia el enorme y lucrativo mercado asiático (como hizo Netflix hace unos meses con Más Allá de la Luna o el mismo Disney con la remake de Mulan), esta película toma conceptos y fragmentos de distintas culturas orientales para construir un vibrante y colorido mundo. No tiene suficiente tiempo para explorarlo como se hubiera merecido, pero deja abiertas varias puertas para una posible secuela en cada uno de los cinco países de Kumandra.
Raya y el último dragón no deja de ser un producto claramente occidental en varios aspectos pero la amalgama entre culturas se siente orgánica, reflejo de que quienes estuvieron detrás de muchas de esas decisiones tenían de primera mano conocimiento del tema y no simplemente se pusieron a estudiar desde afuera para lograr una imitación superficial de algo que les es ajeno.