Re loca: cuatro mujeres y un destino.
Y llegó nomás la versión argenta de la película chilena “Sin filtro (2016)“, con algunos cambios mínimos en el guión, un poco menos de sutilezas y una gran Natalia Oreiro perdiendo la chaveta.
Quién no está pensando lo genial que tiene que ser el guión de la película chilena “Sin filtro (2016)“ dirigida por Nicolás López y protagonizada por Paz Bascuñán, para que España haya decidido hacer su propia versión bajo el título “Sin rodeos (2018)“ con dirección de Santiago Segura y protagónico de Maribel Verdú, y México haya hecho lo propio con “Una mujer sin filtro (2018)“, con Luis Eduardo Reyes dirigiendo y Fernanda Castillo en el rol principal. Y para completar el cuarteto, nuestra propia versión claro con Martino Zaidelis, dirigiendo lo que es su ópera prima, y nuestra ya casi también argenta Natalia Oreiro personificando a esta mujer en crisis total que como el título avisa se volverá “Re loca“.
Desde ya, el guión no tiene nada de espectacular, inteligente ni original, al menos no para que se hagan cuatro películas contando, casi a raja tabla, la misma historia con personajes bastante estereotipados y un argumento que no trae nada nuevo bajo el sol. Sin embargo en todos los casos, sobre todo en el chileno, el público llenó los cines haciendo de la propuesta un éxito absoluto, y casi en un 99% nos podemos animar a predecir que lo mismo pasará con “Re loca“. Entonces, ¿por dónde pasa la cosa? Podríamos seguir la línea de Anthony Perkins en “Psicosis (Psycho, 1960)”, el emblemático film de Alfred Hitchcock, y pensar que todos estamos un poco locos, o al menos todos necesitamos estarlo en algún momento y entregarnos al impulso ferviente y voraz de mandar a todos al carajo (como sugiere el afiche de la película que nos convoca).
Puede que un poco sea la empatía con todas esas situaciones por las que atraviesa la protagonista antes de salirse completamente de sus cabales y tal vez no sea casual que en este momento donde la mujer empoderada cobra mayor fuerza, este sea el momento indicado para dar pantalla a un personaje con estas características.
Natalia Oreiro es Pilar, una mujer cerca de los cuarenta años que pareciera tiene su vida bastante organizada, un trabajo en una agencia de publicidad con un jefe que nada sabe del medio, y que le trae a una influencer hueca para pelear su puesto, un marido vago que se la da de artista y no aporta más que problemas, o cero soluciones, un hijo de ese marido que hereda el don de la vagancia de su padre y le suma el maltrato hacia Pilar, una amiga que solo le preocupa haberse peleado con su ex y una hermana solterona con una intensa relación con su gato. Y claro el ex novio que siempre está ahí revoloteando, histeriqueando, convirtiéndose en una especie de refugio (tóxico) para nuestra protagonista. Queda claro en este párrafo lo que mencionábamos sobre los estereotipos de los personajes, sin embargo, las interpretaciones, (sobre todo la de Malena Sánchez y Fernán Mirás) logran dotar a sus interpretaciones de un realismo que hace que el relato fluya y no caiga, aún más, en lugares comunes.
Pilar soporta y soporta, no se queja, la insultan los taxistas, la ignoran sus allegados, la denigra su jefe, y ella sigue, hasta que se cruza mediante jugada del destino con un vaya a saber qué (el personaje de Hugo Arana no queda muy en claro qué ni que hace) solo sabemos que le recomienda a “Pili” un ritual para poder sacar todo lo que lleva dentro, el cual incluye tomar orina, leche, sangre y vino (la verdad si con ese combo no expulsás todo, ¿con qué lo harías?). Entonces de la noche a la mañana, Oreiro se transforma no solo en una mujer que dice y hace lo que se le canta, sino en un ser humano bastante desagradable, que anda agrediendo e insultando a quien se le cruce (aquí difiere un poco el tono con las otras tres versiones que son un poco más light), ya que la idiosincrasia nacional, que el director quiso reflejar se expone con insultos, eructos, pedos y un muestrario de gestos típicos del argentino promedio (o que promedia la vulgaridad).
Pero… Natalia Oreiro encuentra en la comedia su mejor faceta y, aunque la amamos en “Gilda, no me arrepiento de este amor (2016)”, ella es comedia pura y sostiene toda la película con su carisma, gestos y una actuación que se lleva todas las palmas. “La Oreiro” no desaparece de la pantalla en ninguna escena y es gracias a ella que esta cuarta versión de una idea no tan genial, se vuelve una propuesta entretenida.