Con tres películas calcadas, que pueden verse a la vez, imposible evitar las comparaciones. Entre la chilena (la original, en Netflix), la española, dirigida por Santiago Segura, y la argentina, ópera prima de Martino Zaidelis, se puede armar un juego de las siete diferencias. Sin filtro, Sin Rodeos (que acá se llamó Sin Filtros,¡qué lío!) y la local Re Loca son versiones de una misma historia, que parece encajar tan bien en el clima de época, la del empoderamiento de una mujer al borde de los cuarenta y de una crisis nerviosa. Aquí es Pilar (Natalia Oreiro) que vuelve a la comedia después de Gilda, en un papel que le queda perfecto. Pilar trabaja en una agencia de publicidad, donde le imponen una competidora de veinte años menos, "con más seguidores en Instagram que neuronas", como dice Maribel Verdú, su alter ego en la versión española. Pilar soporta la convivencia con un artista incapaz de ocuparse de nada más que de sí mismo y sus pésimas pinturas (Fernán Mirás). También con su hijo adolescente, que filma porno en su habitación, mientras sus vecinos viven de fiesta y no la dejan dormir, los conductores la insultan cuando va al volante, su única amiga es incapaz de escucharla, su ex (Diego Torres) está por casarse con una mandona que lo humilla, y otras lindezas.
El encuentro fortuito con una especie de sanador (Hugo Arana) le cambiará la vida, convirtiéndola en la más segura de sí misma, la que dice todo lo que se le viene a la cabeza -sin filtros- y manda al diablo, uno por uno, a todos los que se lo hicieron pasar mal. A Re Loca le sienta bien la argentinidad, el arte de la puteada en boca de una Oreiro graciosa, bien acompañada por sus compañeros de elenco. Aunque el chiste, una vez instalado, no haga más que repetirse, sin la ayuda de ideas que lo saquen de un esquema previsible.