La historia de la chica que se libera de toda represión y empieza a cantar la justa a cuanta persona se le cruce dialoga claramente con la época; está claro que nos criaron para la conciliación antes que la disputa, y así es como la mujer que se queja, reclama o no se deja manejar se convirtió hace tiempo en una conchuda. Quizás por eso, y por revertir el signo de la conchudez para convertirla en un atributo de poder, la comedia chilena Sin filtro fue un éxito que ya cuenta con varias versiones en España, México y Argentina, donde se la conoce como Re loca y la loca en cuestión tiene la cara de Natalia Oreiro. En la película dirigida por el debutante Martino Zaidelis, que antes había trabajado en tiras como “El hombre de tu vida”, Oreiro es Pilar, una mujer inteligente y exitosa que está al borde de los cuarenta pero, a pesar de sus múltiples capacidades, se deja pisotear o aprovechar por un jefe que la ningunea, un marido inútil, un hijastro vividor y un amigo histérico. Lo que pasa es que Pilar es impecable, siempre; mantiene la compostura ante cualquier abuso y parece haber incorporado la idea –todas lo hicimos– de que no reaccionar es una virtud. Eso hasta que un encuentro con un misterioso personaje interpretado por Hugo Arana le cambia la vida: a partir de ahora, Pilar va a decir lo que piensa y quiere a todo momento y sin censuras, y hasta portar un extra de energía vengadora que va a dar cuerpo a la mayoría de los chistes de la película. O mejor dicho, al mismo chiste, que se repite una y otra vez, y es el del asombro de lxs otrxs frente a la transformación hiperbólica de Pili.
La idea no está nada mal, y es probable que nadie más que Natalia Oreiro pudiera haber hecho de esa sola idea, explotada hasta el límite, una película. Por lo demás, Re loca transcurre en el mismo cielo de las comedias mainstream argentinas donde los personajes de una supuesta clase media circulan por los bares de Palermo, pagan expensas que equivalen al sueldo de la mayor parte de la población y cuando tienen ganas de caminar para pensar un poco eligen Puerto Madero, Puente de la Mujer incluido. No hay nada en la película que no sea genérico y acartonado, nada que le suministre cierta sensación de realidad, desde las locaciones hasta los personajes secundarios, que son invariablemente pésimos. No los actores –más bien todo lo contrario– sino los personajes, construidos apenas como esbozos de cartón que solo están ahí para constituirse en soporte del único chiste del que hablé: Fernán Mirás como el marido artista, Diego Torres como el amigo maltratado por la novia, Valeria Lois y Pilar Gamboa como las amigas, están desprovechadxs a un nivel escandaloso por un guión que no sabe ni quiere construir vínculos y afectos.
En ese sentido, lo de Natalia Oreiro en Re loca es de una soledad extrema; apenas interactúa de verdad con nadie y ella sola se pone toda la película al hombro, a fuerza de carisma y de una capacidad inagotable para extraer emoción de un papel que solo le ofrece chistes fáciles. Gracias a ella podemos adivinar y desear una película mucho más sutil escondida en el corazón de Re loca y que ojalá algún día exista, porque al cine argentino todavía le falta esa historia: la de la mujer en crisis, al borde de los cuarenta, que con las primeras arrugas y los primeros “estás re bien para tu edad” empieza a sentir que el mundo le pasa por encima, a replantearse la pareja, las decisiones laborales y demás. Pero sintiendo, también, que hay algo que no vuelve y mejor transformarse que querer manotear lo perdido. Conmueve que Natalia Oreiro, una diva que hasta ahora brilló de juventud, se haya calzado ese papel –porque todxs sabemos que a las divas no se les permite envejecer– y le ponga el cuerpo como el papel lo exige: con y sin maquillaje, con arrugas alrededor de los ojos y en las mejillas por haberse reído tanto, como la actriz impresionante que hace tiempo es.