Nadie sabe a donde va.
Una comedia que no es graciosa. Ese es el primer defecto de esta película y tal vez el único que termina importando. Más allá de las intenciones, la verdad es que lo que falla acá es el humor. Muy pocos chistes funcionan, Natalia Oreiro ejecuta con buen timing algún que otro gag potable, pero el resto es insalvable, ni Carole Lombard podría darles gracia. El personaje no es simpático ni carismático (como sí lo es la actriz) y todo el proceso de pasar de alienada a liberada es tan forzado y poco creíble que ni al comienzo ni al final convence lo que el guión trata de exponer. Desde el comienzo la película subraya el lado dramático, lo que no le permite a la comedia apoderarse del tono general de la película, y termina con un discurso sobre la libertad que termina por expulsar cualquier lógica posible de comedia. Su discurso de Un día de furia tampoco la convierte en una catarsis disfrutable, más bien lo contrario. Cuando el personaje desata su sinceridad no es simpático y cuando aprende una lección produce vergüenza ajena. Un toque feminista poco creíble carga las tintas un poco más contra los hombres y es más benigna con las mujeres que la versión chilena, lo que no aporta tampoco demasiado a la comedia ni la mejora.
Es raro que una comedia renuncie a la velocidad y la eficacia del timing y se entregue a varios actores que actúan como si estuvieran en televisión haciendo una única toma, sin la obligación ni el deseo de la perfección cinematográfica. Algunos están mucho peor que otros, pero más allá de las actuaciones, hay personajes completamente desperdiciados, en particular aquel que le ofrece una salida a la protagonista. Incluso una escena tan prometedora como la del puente –doble cita a ¡Qué bello es vivir! y a Los intocables (la segunda citaba ya a la primera)- se queda a mitad de camino por una mala ejecución actoral y el mencionado desperdicio de un personaje.
Los que producen y distribuyen cine sin duda conocen el negocio y por eso creyeron que era factible que un film hecho hace dos años en un país limítrofe tuviera una versión local que a su vez se sumara a la versión española y a la mexicana del mismo título. Ya la película chilena, mejor claramente que Re loca, era bastante irrelevante y limitada, ni hablar de sus remakes sin gracia. Ya vi tres veces el mismo film en este año y ninguna de las tres versiones me convence, aunque por ahora la argentina es la menos lograda, no veré la mexicana para saber si mantiene ese lugar. En Netflix está la versión hecha en Chile, la pueden ver si quieren.
Pero sí hay un elemento a destacar, aunque no tenga mucho peso en el balance final. Cuando en la banda de sonido suena la canción Me vuelvo cada día más loca cantada por Celeste Carballo, su autora e intérprete original, claro. La canción es mejor que toda la película, explica mucho más y dice más sobre el mundo que el film y por supuesto tiene mejor ritmo, fuerza y gracia. Si la película fuera como la canción, sería excelente, pero la canción llega al final y poco puede hacer para alterar el rumbo de la película. Un consejo, escuchen la canción, es una de las mejores de la historia del rock nacional y tiene un efecto mucho más liberador que esta remake.