Una nostalgia rabiosamente actual
La fábula futurista del director de E.T. narra una guerra corporativa en la que se entrecruzan realidad y virtualidad.
El nuevo trabajo de Steven Spielberg, Ready Player One, marca una vuelta del popular director a la ciencia ficción y los escenarios futuristas pero desde un lugar inédito para él: la autocelebración. A priori, podría decirse que con esta película el director de E.T. se suma al club de la nostalgia de los años ’80, virtualmente fundada por los Duffer Brothers hace un par temporadas con la serie Stranger Things, que con la plataforma de Netflix como trampolín consiguió llamar la atención sobre la cultura pop de aquella década. Pronto se subieron a la ola películas como Guardianes de la galaxia de James Gunn, Atómica de David Leitch y hasta el argentino Andy Muschietti con su versión de It, la novela de Stephen King, entre otros. La diferencia es que mientras todos ellos se criaron mamando aquella cultura, Spielberg es uno de los artistas que más contribuyó con su labor como director y productor a montar esa entidad que hoy se evoca al aludir a la década de 1980. Es por eso que una película como Ready Player One, atiborrada de referencias ochentosas, de forma inevitable acaba citando una multitud de hitos vinculados de una u otra manera a su propia obra.
A pesar de estar ambientada en el no muy lejano año 2045 y de remitir de manera constante al siglo pasado, Ready Player One es rabiosamente actual, no solo por su temática, sino por la paleta de recursos narrativos y técnicos a los que el director echa mano. Empezando por la estética de Playstation en la que se inspira la mitad animada de una película en cuyo universo realidad y virtualidad conviven en pie de igualdad. Se trata de la historia de Wade, un joven/adolescente huérfano que vive con una tía en una favela futurista en la que las viviendas son contenedores apilados. Un futuro colapsado en el que la basura de la tecnología obsoleta forma parte activa de la arquitectura y el paisaje urbano. Ahí la gente vive una vida paralela dentro de Oasis, una red social absoluta en la que cada individuo posee un avatar hecho a imagen y semejanza de su propio deseo y fantasía. Pero aunque en ese mundo online los límites parecen no existir, se trata de una extensión fantástica del mundo real, en donde todo está mercantilizado y que tiene en los bitcoins su propia moneda de curso legal. Como en la realidad, en Oasis la pasa mejor el que más tiene, con la salvedad de que uno puede ser un fracasado en la vida y al mismo tiempo un líder virtual.
En la obra de Spielberg son frecuentes las referencias al relato religioso, por eso no sorprende que sea posible pensar a Oasis como sucedaneo del paraíso, la promesa de una vida mejor esperando más allá. Un lugar que no existe pero que ahí está, ofreciendo una esperanza que invisibiliza una realidad dura e injusta. Un opio tecnológico. Como todo paraíso, Oasis tiene un Dios creador, James Halliday, cuyo perfil responde al modelo del gurú tecno tipo Steve Jobs o Bill Gates, un nerd que al morir dejó un secreto oculto en la red prometiendo que quien lo descubra será el nuevo dueño de sus acciones en la empresa. La esperanza de una vida nueva que lejos de ofrecer un más allá encarna en el espíritu del capital. Eso desata una guerra en la que realidad y virtualidad se entrecruzan, y en la que los intereses corporativos se enfrentan al idealismo de Wade y su joven grupo de amigos en la red. Que Halliday haya pasado su juventud en los ‘80 es lo que da pie a que su Oasis sea una telaraña de referencias (algunas exquisitas), que van de la música al cine pasando por los videojuegos y el cómic, que también le dan a la película un aire de juego en el que gana el espectador que más alusiones identifique.
Si bien Ready Player One representa una mirada crítica del mundo actual, de la hiperconectividad y de los riesgos que encarnan en el tejido de redes sociales donde las personas pasan cada vez más tiempo, en ningún momento lo descalifica. De hecho una de las ideas que sostienen al relato es que la destrucción o salvación de ese mundo virtual implican consecuencias que de un modo u otro afectan a la realidad. Algo perfectamente lógico viniendo de un artista que construye su obra como un oasis en el que la realidad siempre es filtrada por el tamiz de lo fantástico y donde los justos nunca se quedan sin salida, patrón que puede comprobarse incluso en sus películas de temática histórica. Y es que en la filmografía de Spielberg la fantasía no es otra cosa la esperanza por otros medios.