Spielberg recargado. Así podríamos llamar a este viaje al pasado, a esta vuelta a la aventura pura y dura de un director de cine que a lo largo de cuatro décadas aportó una imaginería inusual a la industria cinematográfica de entretenimiento y a la cultura popular de masas. Y como vamos a hablar de recuerdos, tendríamos que dar un pantallazo a su carrera, una trayectoria que se caracterizó por quebrar paradigmas y direccionar la manera de hacer cine a otros directores, aunque no siempre lo hicieron de la mejor manera.
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Veamos: en los 70, Tiburón y Encuentros cercanos del tercer tipo, en los 80, la saga de Indiana Jones y ET, en los 90, Parque Jurásico y ya entrado el nuevo siglo, la remake La Guerra de los Mundos —la versión siniestra de ET—, films que fue intercalando con un listado paralelo de obras apuntadas a un público adulto —las más “oscarizadas”— como El Color Púrpura, La Lista de Schlinder, Rescatando al Soldado Ryan, Munich y The Post.
Si hay algo que destacar en Spielberg es su increíble versatilidad a la hora de encarar sus proyectos. Algo a lo que ya nos tiene acostumbrados. Y se agradece. Nunca sabemos si su próximo film va a entrar de lleno en el género de aventuras, drama, recreación histórica, comedia o ciencia ficción. Y es que a Spielberg lo que le interesa además de contar una buena historia —es uno de los mejores narradores que dio el cine en los últimos tiempos— es crear un impacto visual, estético y personal. Cada una de las películas señaladas fueron claves en la manera de ver y hacer cine, tanto desde el punto de vista del espectador como el de los directores que tomaban nota de sus exuberancias creativas. Más allá de la grandilocuencia o si es cine para las masas —el mismo concepto corre para los best sellers literarios— no hay duda de que es uno de los creativos más influyentes e importantes de todos los tiempos. Y solo estamos hablando como director. Como productor aportó los granos de arena que hicieron falta para crear una montaña de blockbusters que, en épocas del formato VHS, hicieron furor como Los Gremlins, Poltergeist y Volver al Futuro, todas dirigidas por un grupo de directores afines a sus propias ideas como Joe Dante, Robert Zemeckis o Tobe Hooper.
La segunda década del siglo XXI encuentra a un Spielberg totalmente inmerso en las nuevas tecnologías, no solo cinematográficas, sino en las que se encuentra en millones de consolas de juegos en todo el mundo. Porque si de algo se trata la película Ready One Player, es precisamente ser un gran juego virtual en el que los avatares de los participantes viven en un mundo virtual llamado Oasis, una especie de Edén en donde nada es imposible. Bueno, nada no, hay tres llaves escondidas (de jade, de cobre y de cristal) en este universo creado por un mago de la programación llamado John Halliday (Mark Rylance) que de encontrarlas dotaría al jugador del control total de ese sofisticado programa de computación, tanto en acciones de la empresa como en la supervisión de todo lo referido a este imperio de fantasía.
Este es el legado de Halliday, un entusiasta admirador de la cultura pop de los 80 que muere sin haber concretado uno de sus mayores sueños —la acción transcurre en el año 2049— y que se irá develando en el transcurso de la película. Y es por esa misma razón, que Oasis está plagado de las adoradas criaturas que lo acompañaron en su infancia y adolescencia, ya sea en cómics, juegos de rol, juegos de computación, películas y videos de MTV. Muerto en la vida real, su avatar seguirá viviendo dentro del mismo juego bajo el aspecto de un mago al estilo Gandalf del Señor de los Anillos, una aparición majestuosa que irá proporcionando pistas a medida que las llaves sean encontradas. Hay tanto en juego que una corporación llamada IOI buscará la manera de encontrar las llaves para acceder a las acciones que son millonarias. Es lógico, no podría haber aventura si no existiera enfrentamiento entre buenos y malos. Y aquí los hay. Por un lado un grupo de amigos en la red virtual —no se conocen en persona— como Wade (Tye Sheridan) que participa con su avatar llamado Parzifal y Samantha (Olivia Cooke) como Art3mis quienes se convierten, por azares del destino, en la pareja protagonista y que comienzan a resolver los enigmas creados por Halliday. Y por el otro Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn) y su corporación, compuesta por jugadores que se relevan continuamente para que nunca dejen de estar dentro del juego para así llegar primero a la meta. Todos están diseminados en un territorio al que se conectan para interactuar dentro del mayor juego en red planetario. Al parecer no les queda otra alternativa, afuera, en el mundo real, la vida no es tan maravillosa. Como toda buena película futurista, el panorama que presenta es desolador, los recursos se han agotado, las viviendas son torres hechas de chapas y desperdicios, y la única salida posible es la evasión. Oasis, parece ser la única opción a seguir.
La batalla por obtener las tres llaves será sin cuartel. De un lado los buenos (gunters), del otro lado los malos (sixers) y en el medio, una catarata de referencias imposibles de enumerar. Desde el De Lorean que maneja Parzifal a la nave marciana de La Guerra de los Mundos, caretas de pac man, hebillas con la imagen de Mortal Kombat, King Kong persiguiendo a los concursantes, la moto de Akira que maneja Art3mis, el baile de Michael Jackson, el dinosaurio de Jurassic Park, personajes de Looney Tunes, la música de Duran Duran y mucho, mucho más desbordan en un espectáculo sin precedentes. El mismo Spielberg dijo que habría que ver el film dos o tres veces para tratar de capturar todo el fetichismo que desfila en medio de explosiones, peleas y carreras enloquecidas en pistas que cambian continuamente de rumbo.
Más allá de la aventura en sí, más allá de los efectos especiales y visuales que invaden toda la película —trabajaron más de 400 técnicos especializados de la Industrial Light and Magic en una película que tiene un 60 % de imagen generada por computadora—, más allá del uso del CGI en todos los avatares de los protagonistas reales y más allá de anticipar a qué punto podría llegar en un futuro los juegos virtuales, hay, como vemos, un gran homenaje a la cultura pop. Y uno de los más destacados es al propio Steven Spielberg. Ya desde el vamos, el protagonista de la película tiene un parecido muy significativo al Steven adolescente, el que tenía un Oasis propio dentro de su cabeza de niño prodigio. Y esto es así porque el libro en que está basada Ready One Player, es una novela homónima de Ernest Cline, un claro homenaje a la cultura de masas, pero también al mismo Spielberg. El director, al hacerse cargo del proyecto, trató de sacar todas las referencias a sí mismo, pero ¿cómo dejar de lado su figura omnipresente en la cultura pop de los últimos 40 años? Imposible.
Referencias hay infinitas, pero la que se lleva los laureles es sin lugar a dudas el homenaje explícito a la película El Resplandor de Stanley Kubrick. Uno de los más controversiales films de terror basado en el libro de Stephen King. No solo por la duración —es el homenaje más extenso y elaborado— sino en la utilización de los mismos escenarios y personajes que habitan el Hotel Overlook. Utilizando la misma música, los mismos planos, la misma estética que utilizó Kubrick, nos encontramos en presencia del mayor acercamiento entre Spielberg y King del que se pueda tener noticias. Un encuentro siempre esperado por fans de uno y de otro lado: una película de Spielberg basada en una novela de King. Nunca se dio. Aquí, en Oasis es posible, claro que en base a la imaginería de Kubrick.
A pesar de ser un film de entretenimiento, hay varias capas de significados que es necesario descubrir. Si bien puede quedar eclipsado por las infinitas alusiones a una nostalgia que siempre es bienvenida, vemos que en los dos casos —tanto Wade como Steven— juegan, y ese amor por lo lúdico fue el que llevó a Spielberg a filmar con solo 25 años su primer largometraje para el cine —Duelo, 1971—. A partir de ahí nunca más dejó de soñar mundos nuevos, cada vez más fantásticos, más maravillosos, más cautivantes, más amenazadores. Y si a todo esto le añadimos, como en Ready One Player, todos los recuerdos de nuestra adolescencia, la mezcla es perfecta. Tan perfecta como lo puede hacer Spielberg, En otras manos, hubiera sido solo un pastiche incoherente y pretencioso. Spielberg lo pudo hacer porque formó parte de ese universo que hoy vuelve a traer como un tsunami.
Spielberg lo hizo otra vez. Un espectáculo que es una montaña rusa de emociones y recuerdos. Un aleph en donde confluyen todos los elementos que inundan la infancia y adolescencia —no importa de qué época— y que se eleva en el altar de las añoranzas más genuinas, porque de ellos está formada nuestra propia existencia.