Dos vidas, un solo mundo
Siempre habrá quienes vanaglorien a Steven Spielberg y aquellos que lo vean como un director que hace mucho tiempo se vendió al sistema que lo vio nacer. Ninguno sin embargo a esta altura puede achacarle al creador de ET pereza, desgano o falta de entusiasmo al sumarse, en calidad de director, a proyectos comerciales, aunque siempre con un plus de interés personal en llevarlos a la pantalla grande.
¿Cómo conviven el Spielberg de hoy con el de antaño en ese paradigma del nuevo milenio, donde la tecnología parece todopoderosa y la creatividad una moneda extinta?; ¿Cómo entender qué pasa por la cabeza de uno de los mayores adalides de la industria del entretenimiento?, con base en Dreamworks pero también en Netflix y en esa nueva etapa de las series que emulan el cine, el cine que emula capítulos largos de series, y donde ya todo está inventado, reciclado, degradado y las películas valen lo mismo porque a la hora de contar entradas uno es igual a uno, pese a quien le pese.
La Industria y el cine impusieron siempre sus reglas, además de sus discursos dominantes en materia de géneros y de poca tolerancia a la libre interpretación de muchos artesanos como Spielberg. Por eso abarcar su universo de películas en parte implica entenderlas en el contexto en que aparecen. Ready Player One tal vez no sea un prodigio de la tecnología aplicada a la narrativa clásica, tampoco la obra maestra esperada del papá de Tiburón, aunque no deja de ser híper coherente con este contexto atravesado por la tiranía del mundo virtual, también contaminado por el salvajismo consumista en todos sus combos y envoltorios como el preferido del mainstream: lo retro.
En Ready Player One quizás se está cocinando una nueva vieja manera de pensar las películas. Digo películas y no cine; digo explotar al máximo los recursos en pos de la imaginación, sin dejar de lado la mercantilización de la obra cinematográfica. Se decía hace muchos años bajo los discursos de directores como Spielberg o George Lucas que el avance irremediable de la digitalización dejaría abiertas las puertas de la creatividad para por ejemplo reflotar actores como Marlon Brando, introducirlos en tramas nuevas junto a actores de carne y hueso. Premisa concretada y vaya cómo en el devenir del cine del siglo pasado. Ahora, El Resplandor de Kubrick puede aparecer desde sus escenas emblemáticas en una película concebida con la mente ochentosa y nostálgica como lo es Ready Player One pero aggiornada a las coordenadas de este mundo del disvalor, incluso en lo que hace a homenajes cinematográficos.
Ahora bien, el corazón del nuevo opus de Steven Spielberg, basado en un best seller de ciencia ficción de 2011 de Ernest Cline (aquí guionista), repleto de referencias a los ochenta, a la cultura pop yankie y a las distopías comunes donde la lucha de oprimidos se cuenta por millones y la torta de los recursos se concentra en Corporaciones más poderosas que los propios Estados anticipa que la única forma de transformar la mente y la realidad penosa y nefasta que deben padecer todos los ciudadanos no es otra que la de un mundo que no existe.
Nostalgia por partida doble ya sugerida en The Post, la utopía del poder de la prensa reducida a un juego de egos contra el poder de turno, el derecho a saber lo que pasa más allá de intereses oscuros se desvanece entonces en ese paraíso simbólico llamado internet.
Y preguntarse por el huevo antes que por la gallina, hacerse eco de alguna reflexión profunda de más de ciento cuarenta caracteres hoy también parece parte de esa nostalgia que busca en territorios ya visitados para extraer la esencia perdida. Ese grial, que en Ready Player One expone la aventura y el peligro latente de aquellos que ambicionan conseguirlo para reformular el contexto y convertirlo en un clon digitalizado de la realidad de la que parten.
Poco se hablará de la trama por su planteo básico que enfrenta al grupo de revolucionarios anónimos afuera, encarnados en avatares que transitan con su libertad comprada en Oasis. La lógica de no dar nada a cambio porque lo material no existe mientras lo único que cambia es el escenario y sus modos de conservar la dinámica de las no reglas, que perseguía el sueño del creador romántico pero cobarde a la vez. ¿Se acuerdan de Zukerberg bajo la mirada de Fincher que buscaba amigos en su facebook?
No hay villanos puros en Ready Player One, solamente esclavos felices y esclavos infelices. Hay mucha religiosidad en la manera de generar la empatía con el héroe Wade y sus coadyuvantes en su cruzada de playstation existencialista y light.
Lo que no puede dejar de reconocerse en todo este mecanismo y dispositivo al servicio del puro entretenimiento es su letal eficacia y su movimiento en un mundo y un futuro quieto, donde para Steven Spielberg cualquier contacto de la piel, mirada a los ojos en medio de un baile volador es lo único que nos sigue haciendo algo de ruido en la panza y en el cuerpo.