Cámaras, fama y delirios
Acida, sensible y demoledora mirada sobre la fama, las apariencias y el embrujo de las cámaras. Apunta al programa “Gran Hermano” y a su capacidad para vender la nada y encumbrar ídolos fugaces. Pero va más lejos. Aquí el que se encandila con esa perspectiva es Luciano, un pescadero de Nápoles, un tipo entrador, simple, tramposón y extrovertido, el simpático payaso de una familia sencilla y ruidosa. El sueña con entrar en Gran Hermano. Está fascinado porque cree que abre todas las puertas. Luciano siente que da el tipo y su familia lo empuja. A partir de ahí su vida dará un vuelco total. Arriesga todo por esa chance que no llega. Y cuando la obsesión se trasforma en delirio, ya no queda lugar para la realidad. Garrone va mucho más allá del costumbrismo: los reality, dice, nos enseñaron a desesperarnos por mirar y por ser vistos. La gente vive “para” las cámaras porque sienten que sólo ellas le dan sentido, futuro y existencia. Luciano decide cambiar de vida porque imagina que los productores están siguiendo sus pasos. Deambula en función de una cámara inexistente que hace de juez omnipresente para una existencia que no distingue las pantallas de la vida. Garrone (el realizador de esa obra maestra que fue “Gomorra”) pone otra vez su registro áspero, intenso y desgarrador para retratar personajes de los bordes. Es verosímil, pintoresca, fresca y potente, un retrato conmovedor y desgarrador que tiene algo del viejo neorrealismo y pincelazos fellinianos. Encima aporta un agregado a los borrosos límites entre la ficción y la realidad: el protagonista, Aniello Arena, un actor que tiene algo del mejor Sordi, es un presidiario que iba al rodaje custodiado por guardiacárceles. El es el mayor intérprete de esta fábula triste que deja ver allá a lo lejos la silueta de inquietante de Berlusconi, siempre tan cerca de la cárcel como de los reflectores.