Deseo, obsesión y locura
Rodada con unos colores chillones que enfatizan el costado más kitsch de sus personajes, Garrone alterna dos miradas, una compasiva, la otra burlona, relación de amor-odio que se acentúa a medida que el protagonista pierde noción de la realidad.
Reality, o donde Bellissima se encuentra con El rey de la comedia. No es que Matteo Garrone haya hibridado, cual genetista fuera de control, el clásico de Luchino Visconti con el film de Scorsese, pero en su último largometraje pueden apreciarse trazos y trazas de uno y de otro. En el fondo, la historia del pescadero con ínfulas de estrella es universal y, en ese sentido, es heredera indirecta de aquella madre tana obsesionada con el triunfo de su torpe hija y del comediante amateur que sólo quiere una oportunidad –cueste lo que cueste– para demostrar su discutible talento. Y siempre la televisión, en el centro de la vida y de los deseos, toque de Midas moderno para excéntricos, diletantes y audaces de diversa calaña. Así es Luciano, padre de familia, dueño de una pescadería en su Nápoles natal, miembro altivo del más bajo sustrato del showbiz, especializado en la animación de fiestas y casamientos. Así lo presenta el film, junto a otros integrantes de su clan, topándose (más bien, haciéndose topar) con el último ganador de Grande fratello, la versión italiana del ubicuo Big Brother.
Y de allí en más, la obcecación devenida manía por ingresar a la “casa”, esa simulación de cotidianidad pergeñada y programada para la mirada voyeurista de millones. Luciano perderá la cabeza y tal vez a su familia en un descenso a su propio infierno personal, camino barranca abajo que Reality organiza en varias etapas: semiindiferencia, posibilidad, deseo, obsesión, locura. El modelo que Garrone toma como centro gravitatorio es el de la commedia all’italiana, particularmente el de Pietro Germi o el del Monicelli más grotesco, pero con un pie en cierto ideal de “realismo”, que hiciera de su anterior Gomorra uno de los últimos éxitos internacionales del cine italiano reciente. (De todas maneras, es bueno recordar que ya en El embalsamador, una de sus mejores películas, lo grotesco ya estaba presente, aunque por vía de un naturalismo extrañado.) Reality puede verse como una jugada audaz, diferente al resto de su filmografía, o como un vuelco a un cine más convencional.
Rodada con una paleta de colores chillones que, por momentos, enfatiza el costado más kitsch de algunos de sus personajes, Garrone alterna dos miradas, una compasiva, la otra burlona, relación de amor-odio que va acentuándose a medida que Luciano comienza a perder noción de la realidad, viviendo entre la paranoia y el misticismo. El humor no está presente en forma de gags –no es ésta, al fin y al cabo, una comedia de situaciones–, sino destilada en el patetismo casi trágico del tipo que abandona sin dudarlo su propia vida en pos de una existencia inalcanzable. A fin de cuentas, hay una falta de ferocidad en Reality –sin lugar a dudas buscada por el realizador–, reemplazada por un humanismo de manual que hace finalmente de los buscadores de fama como Luciano meros mártires de una máquina picadora de carne humana, víctimas de una psiquis debilitada o deformada por esa otra “realidad”. Allí es donde el film pierde ante los mejores exponentes de la tradición de la commedia, donde prácticamente ningún títere quedaba con la cabeza en su lugar.
Difícil imaginar qué sería del film sin la presencia de Aniello Arena, encargado de interpretar a Luciano: el actor debutante devora cada una de las escenas en las que aparece en pantalla (prácticamente todas). Carismático, canchero y entrador, Arena es un ex miembro de la Camorra, preso desde hace veinte años por una condena a cadena perpetua. Garrone logró un permiso especial para que pudiera salir de la cárcel durante las jornadas de rodaje y, se dice, un grupo de carabineros vigilaba continuamente al protagonista para que no escapara.
A tal punto la realidad imita y se entrelaza con la ficción, que Arena puede verse como una imagen especular de Luciano, aunque, a diferencia del personaje, el encargado de darle vida triunfa y logra al final del camino esa elusiva fama. Menos destacado es lo que Garrone tiene para decir acerca de la televisión, las famas efímeras y la cultura del espectáculo.