Todo sea por estar un rato en la TV
El mismo director de Gomorra alude ahora a los shows televisivos en un grotesco descarnado y nada complaciente. El eje es el despojo de la identidad de un hombre y un sector social que vive alienado en un imaginario basado en el puro vacío.
Merecedor del premio del Jurado en Cannes 2012, presentado en diciembre en Buenos Aires en el Festival de Cine Italiano, finalmente, tras una ansiada espera, se ha estrenado esta semana, en una única sala, Reality, una recomendable, polémica y movilizadora obra dirigida por el realizador de la tan controvertida Gomorra, un film que, como podemos recordar, a partir de la novela homónima de Roberto Saviano, transmite con rigor y aspereza el sin salida del mundo de la Camorra, la mafia napolitana. A partir del mismo y contando ya con varios en su haber, el director Matteo Garrone, nacido en Roma en octubre del 68, hijo de un crítico teatral y de una madre fotógrafa, decidió abordar este nuevo proyecto.
Definida, en parte su obra por estar atento a la improvisación y al mismo tiempo a las búsquedas de orden compositivo, la filmografía de Matteo Garrone ha tenido y tiene una gran recepción en los festivales de Cine Independiente. Y entre sus films anteriores, además del citado, el canal EuropaEuropa suele transmitir con cierta frecuencia El embalsamador, un particular relato en clave de cinenegro, estrenado en el 2002, que nos acerca al solitario mundo de un taxidermista y su recién llegado discípulo y las complejas y extrañas relaciones que de ahí en más comienzan a manifestarse.
En el momento de presentación de Reality, Matteo Garrone comentaba sobre este film que ha elegido como escenario los suburbios de Nápoles, que tiende una línea con los sets televisivos, mediando una secuencia en Roma marcada por el oficio religioso, lo que leemos a continuación, en torno al personaje central del mismo: "Luciano es como un Pinocho moderno, cándido, ingenuo, que persigue el sueño del éxito fácil en la televisión, el nuevo El Dorado que nos acerca al Olimpo, un nuevo País de los Juguetes".
¿Quién es Luciano? Un hombre de todos los días, quien vive en un palazzo, un edificio en el cual encontramos numerosas familias, que lleva adelante una pequeña pescadería y que, en ciertos momentos del día, realiza ciertos negocios nada serios que hacen salir a la escena, en espacios abarrotados de imágenes religiosas y ropas tendidas de ventana a ventana de la suburbana Nápoles, los nuevos electrodomésticos. Un hombre de mediana edad que, ya desde el primer momento, captado en un gran plano secuencia que nos lleva a evocar el colorido y barroco universo felliniano, se ve empujado, con sus coloridas y chillonas vestimentas, a seguir el camino, los pasos de uno de los triunfantes personajes de Gran Hermano.
El film de Matteo Garrone nos ofrece, desde un grotesco descarnado y en nada complaciente, el despojo de la identidad de un hombre y de un sector social que vive alienado en un imaginario que ubica al ser humano en el vacío. Si bien el film se abre como una resonante fábula que estalla en brillantes colores y en un clima festivo el devenir del mismo, en función del Vía Crucis que comenzará a transitar su personaje, nos lleva a un claustrofóbico y alucinado cierre que se proyecta desde los débiles y agónicos resplandores de un film como Brazil o del mismo texto de George Orwell, 1984.
Y al volver sobre aquella pregunta que nos hacíamos, sobre quién es Luciano, ahora en tanto actor, el rol está compuesto por Aniello Arena, uno de los talentos de quien se más se habla hoy, quien por otra parte cumple condena de por vida en la cárcel de Volterra, desde hace ya dos décadas, por haber cometido homicidios como miembro activo de la Camorra. Fue allí en esa cárcel que comenzó a participar de las actividades teatrales del grupo La Fortezza, integrado por presidiarios.
Es, entonces, que esta historia tan vívida y cercana sale al encuentro de otra de las grandes obras maestras, César debe morir de los admirados hermanos Taviani, quienes con el asesoramiento del director teatral de la cárcel de Rebibbia, ubicada en las afueras de Roma, montaron el Julio César de William Sakespeare entre las paredes de la prisión. Fascinante juego pirandelliano que motivó esta profunda declaración, ahora con respecto a Reality, del propio Aniello Arena: "Que el teatro sea mi única fuerza y cadena perpetua".
El film de Matteo Garrone, desde el deseo que va in crescendo de su personaje, se va internando en una espiral afiebrada que no conoce límites. Su identidad es la que se pone en juego desde una conducta y un accionar en el que pasa a ser blanco de un panóptico móvil, de un continuo ojo que espía, que nos puede llevar a considerar a Luciano como un "caso clínico". Admirable es la muy breve secuencia en la que el personaje desde su rostro de estupor y candidez descubre en el interior de su casa un grillo. Todo funciona como un juego de falsas imágenes y espejos deformes y hasta la misma Cinecittá, otrora escenario de los films que hicieron historia, ha pasado a ser un burdo simulacro.
Narrada desde una pluma que no le teme al desborde ni al exceso, y sin embargo que reconoce la punta hiriente y filosa del bisturí, Reality es un film que nos deja en ese espacio en el que los interrogantes sobre nuestro propio ser se abren en una opacada superficie que no nos devuelve el rostro. Y es que el film de Matteo Garrone, desde un itinerario montado desde una desaforada estética circense hasta asumir un escuálido esperpento, nos pone frente a frente con la realidad de un anunciado descenso a los infiernos.